22/08/2017
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
Mientras que, a través de las pantallas de televisión, asistíamos horrorizados al último capítulo de locura fanática y teocrática en Barcelona, una mujer de mediana edad la había tomado con la camarera de una abarrotada cafetería del centro de León. La perseguía con la mirada mientras que aquella única empleada atendía la terraza, entraba a la cocina a por tapas o bocadillos, servía en la barra o recogía los restos de cristal de un vaso que un cliente había dejado caer sobre el suelo. Otros clientes esperaban sus turnos pacientemente, pero para la mujer de mediana edad la camarera tenía un grave defecto: un indisimulable acento rumano teñía cada palabra que pronunciaba.

Y al fin encontró el momento para su sentencia. Reclamó por segunda vez que le rellenaran su consumición, y cuando la camarera le indicó que, en cuanto acabara con los clientes que habían pedido primero, la atendería gustosamente a ella, lo escupió: «Estos extranjeros enciman vienen con unos aires… Nos quitan el trabajo y así se crecen… Luego pasa lo que pasa… ¡Qué hartura!».

Muchas veces hemos oído decir que las reacciones de racismo o xenofobia son fruto del miedo y de la ignorancia, y ese día, en el que muchas personas murieron injustamente, apelar al miedo para explicar aquellas frases cavernícolas hubiera parecido algo comprensible. Pero es mentira. Solo una patológica necesidad de establecerse en una supuesta escala de importancias y superioridad los empuja. Nada tiene que ver el miedo. Todo procede de su egoísmo y de la soberbia como reacción a sus complejos de inferioridad. Tampoco había horror por lo que ocurría en Barcelona en sus palabras, solo ansiedad por satisfacer su deseo de un segundo vino.

La mujer de mediana edad estaba harta de extranjeros. Yo estoy harto de los trogloditas que entienden el mundo con superiores e inferiores, y empachado de sus comentarios y procacidades. Me estomaga la desvergüenza con la que manifiestan ese carácter propio de tragones sociópatas. Me da asco la gente como aquella mujer de mediana edad. Y como ella, también yo digo lo que pienso.
Lo más leído