Los recuerdos de un maestro

José Antonio Llamas Martínez
30/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Aprovechando la ocasión que se me brinda, quisiera rendir un tímido homenaje a un ilustre cura leonés, D. Antonio G. de Lama, maestro donde los haya, y de cuyo magisterio guardo como alumno un recuerdo inolvidable, pues su didáctica y sabiduría han influido en mi ejercicio profesional como un constante refuerzo psicológico. Por otra parte la fama de este sabio cura rebasó con creces los límites regionales, nacionales e internacionales. Al afirmar esto no creo exagerar, pues muchos de sus discípulos han llevado sus conocimientos, su estilo y su pedagogía allende nuestras fronteras.

En este sentido son muy elocuentes las palabras de N. Miñambres, recogidas en un artículo: Panorama de las letras Leonesas y escrito para una obra de varios autores : La Ciudad de León, en el que glosando la figura de D. Antonio G. de Lama, se lee en algunos párrafos: «Parece imposible que un sacerdote, formado en un seminario de provincias, que ejerce su actividad pastoral en pueblos de mínimo renombre y en algún barrio de poca entidad en León, consiga una cultura de la categoría y profundidad de la que gozó este hombre y a la vez sea capaz de hacerla compatible con la filantropía, y la entrega con la que él supo proyectarla entre los jóvenes que frecuentaban la Biblioteca Azcárate ...». Y en otro lugar hablando igualmente de las dotes que la naturaleza le adornó como maestro dice lo siguiente: «En torno a su persona (nada sospechosa de veleidades intelectuales, dada su condición clerical) va articulándose un grupo de intelectuales, escritores y poetas que necesitarán un cauce que aglutine sus inquietudes. Este será, dicho de forma rudimentaria, el nacimiento de la revista Espadaña, tal vez el fenómeno poético mas relevante y original de la España contemporánea».

En lo que a mi respecta, como alumno que fui suyo, su magisterio ha quedado en mi memoria de tal manera grabado que el mimetismo y el deseo de imitación ha estado presente en toda mi vida profesional. De él recogí su discurso pausado, el recitado y pronunciación clara, su voz profunda, su capacidad para atraer la atención de sus discípulos intercalando anécdotas e historias elocuentes, y por supuesto su vasta y profunda cultura.

Me llama especialmente la atención el paralelismo de este hombre, más sabio maestro que prolífico autor, con otros maestros de la Historia del pensamiento, como Sócrates, de los que se sabe que no escribieron nada, pero sin embargo sus discípulos no cesan de cantar sus virtudes. No es cierto, sin embargo, que D. Antonio no escribiera nada, pues durante muchos años sus artículos en el Diario de León, del que fue su director, crearon un estado de opinión sobre la vida corriente de una ciudad provinciana. Incluso mucho antes ya había destacado por su lucidez en la crítica literaria, con muchos trabajos, entre los que cabe destacar aquel que su alumno y amigo Eugenio de Nora le había enviado a la revista Cisneros en el otoño de 1943 y que rezaba : «Si Garcilaso volviera, yo no sería su escudero, aunque buen caballero era...».

Entre los múltiples legados que en el ámbito cultural nos dejó D. Antonio G. de Lama y por los que la ciudad de León debe estar muy agradecida, destacaríamos: el enriquecimiento y reestructuración de la fundación cultural Sierra Pambley, exigua representación en la ciudad de la Institución Libre de Enseñanza, cuya biblioteca, conocida como Biblioteca Azcárate, auténtica escuela y fecunda tertulia, organizó y dotó de material bibliográfico. Prestó igualmente una colaboración especialísima en la ordenación y perfeccionamiento de la biblioteca de la Diputación. Pero lo que le confirió fama de intelectual y hombre dotado para la Literatura y las Humanidades, fue la creación, junto con los jóvenes e inquietos poetas de la época, de la primera revista de poesía y crítica literaria de la postguerra española : ESPADAÑA, ya citada por el gran poeta Dámaso Alonso, allá por la década de los años 40. La publicación de aquella revista significó una visión de futuro y una gran valentía para expresar una tímida crítica social y un débil vislumbre de libertad de pensamiento, así como, la primera oportunidad de expresarse, a través de la poesía, los jóvenes valores que comenzaban a despuntar en el alba del panorama literario de la postguerra.

Lo que más me movió a escribir estas líneas fue el deseo de hacer partícipes a los demás, por el hecho de haber gozado personalmente de tal maestro, de las virtudes de un hombre que hoy, después de muchos años, sigue ejerciendo en mí un gran influjo pedagógico. Y lo sorprendente es que no recibiéramos elevados discursos ni extraordinarios contenidos doctrinales, por el contrario, lo realmente inolvidable de aquel hombre era su sencillo método de enseñanza, repleto de anécdotas de la vida, su capacidad para hacer fácil lo difícil. La Hª de la Filosofía que nos enseñó fue una Hª de la vida que no he olvidado jamás.

Nadie duda hoy, entre los que le conocieron, de que era un hombre de extraordinaria lucidez mental y de una erudición y cultura inigualable. En este sentido es necesario reconocer que su sabiduría no le vino de la asistencia a prestigiosas universidades, sino que la escuela nació de sí mismo, pues las circunstancias de la época no le permitieron estudios universitarios. La diócesis se aprovechó de su talante y cultura exprimiéndole en todos los puestos en los que trabajó. Y esta imposibilidad para disfrutar de un mínimo tiempo para el estudio era tal que, en ocasiones, le oí decir textualmente lo siguiente: «En este momento los únicos que pueden estudiar y formarse son los frailes, pues disponen de tiempo y de casas-madre en todo el mundo».

Sin apartarnos aún de la misma temática, no olvidaré cómo nos describió una parte importante de su formación cultural. Recién ordenado cura fue destinado a un pueblecito próximo a la ciudad, de nombre: Viloria de la Jurisdicción. Muy cerca de allí, en otro pueblo vecino (Cembranos) se conservaba una casa señorial, herencia de un antiguo regidor de aquella comarca, y en cuya biblioteca dio los primeros pasos de su vasta formación, bebiendo toda la cultura que se guardaba en aquellos odres viejos, que el tiempo había llenado de polvo.

Posteriormente, y como él mismo relataba con cierta ironía, de acuerdo con la disponibilidad que le permitía la escasa actividad de una parroquia pequeña, inició una serie de viajes semanales por las biblotecas de la ciudad de León en el burro del Sr. Antonio, que cargaba de libros para estudiar semana tras semana. De este modo, y durante los pocos años que ejerció en Viloria, se construyó su propio edificio cultural, el que por desgracia la Universidad no le pudo ofrecer.

Sería interminable este trabajo si pretendiera relatar todas las anécdotas que oí de su voz gruesa y ronca. Pero como yo resido desde hace años en Asturias no quiero olvidarme de su paso por estas tierras. Como hombre culto y buen maestro fue invitado por el Seminario de Oviedo a impartir algunos cursos de verano, en el marco incomparable de Covadonga, a los profesores y alumnos, cuyas charlas hoy todavía bien recuerdan algunos de los que fueron testigos de su magisterio. Sin embargo D. Antonio, aprovechando estos viajes, gustaba de pasear y charlar con los hombres del mar, de los que aprendió, según le escuché, que en las mareas : «sólo la luna, sólo la luna intervenía...». Así nos lo contaba, queriendo decir que no todo se aprende en los libros, sino que también de la filosofía de la vida es importante nutrirse.

Con estas líneas he pretendido dos cosas: por una parte un reconocimiento al ilustre maestro, con el que, en mi fuero interno, tenía contraída una deuda por lo mucho que aprendí, y por otra parte extender su fama, entre los que no tuvieron la suerte de conocer su magisterio, para que puedan al menos admirarle en su obra, de la que hoy quedan aún muchos testigos.

José A. Llamas está jubilado como catedrático de Filosofía en la Universidad Laboral de Gijón y en estos momentos ejerce como profesor de Filosofía en la Uned.
Lo más leído