Los personajes del tío Ful: Pedro Ruíz García

Leonés del Espolón, aprendiz en Pallarés, maestro en el País Vasco, operado 16 veces encontró en la naturaleza la paz de ver ciervos al levantarse y bañarse en el río

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
15/07/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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Conocí a Pedro hará más de quince años. Cada día, al bajar por la ribera del Torío, andaba en la orilla del río, se hacía pequeñas chabolas para resguardarse, se bañaba en sus aguas frías, también en invierno. Pensé en un tipo huraño.

Lo primero que me llamó la atención al tenerlo cerca, lo mismo que me sigue ocurriendo hoy, fue su cara de buena gente, su sonrisa, que era todo lo contrario a un tipo hosco, afable... «¿Qué hago? Pues disfruto del río,es mi mayor lujo, me baño en las pozas, veo las truchas y me viene bien para lo mío».

«Lo mío», como él dice, era un poema. Un accidente laboral tuvo a Pedro dos años en el hospital, sin poder ni siquiera moverse, su cuerpo lleva las cicatrices de 16 operaciones y su alma las de una vida nada fácil. Pero sonríe, siempre sonríe: «Cuando era un niño ya empecé a trabajar. Mi madre tenía el kiosco del Espolón y yo ya iba al Diario de León, junto a la Catedral, para vendérselos a los más madrugadores. Después ya iba a la escuela a la Hermandad de Ferroviarios». Hasta que con 12 años entró de aprendiz en esa gran escuela de formación práctica que eran los también cercanos almacenes Pallarés. «Lo que hoy es Pallarés», explica Pedro.

- ¿Querrás decir el Museo de León?
- No, Pallarés.

Y bien que se formó, tanto que pronto encontró trabajo en el País Vasco y Santander, 25 años en aquellas tierras después de «cumplir con la patria en el Ferral» hasta que se cruzó en su camino un accidente, tremendo. Cuando lo recuerda tuerce la cabeza y se mira para las cicatrices de las piernas. «Estuve dos años en el hospital, sin poder moverme, y con 16 operaciones en el cuerpo». Creyó que no podría volver a andar jamás pero su fuerza de voluntad va más allá de lo imaginable.

Y comenzó a caminar Torío arriba, a disfrutar del río, a bañarse en la poza... El siguiente paso fue subir un viejo vagón a los montes de Pedrún, a una finca que le vendió el fallecido Cabrero de los barros, e ir haciéndolo habitable poco a poco, pared a pared, llevando la luz y el alcantarillado él mismo pues «aquí nadie que no sea yo ha hecho nada».

Y allí, en medio del monte, creció su casa, con la tele para los documentales, con una vieja estufade carbón que ha dejado lugar al pellets... Allí cocina él, te puedo decir que pocos habrá que entiendan mejor el pulpo. Allí es un tipo que se declara feliz: «¿Tú sabes lo que es levantarte al amanecer, yo soy de madrugar, y ver a los ciervos ahí al lado, que ya no se van, no se asustan porque saben que no les haces nada; y escuchar a los pájaros, cada día hay más y qué bien cantan... Los que no me gustan nada son unos blancos y negros que parecen cuervos, y no cantan. Algún día cuando yo salgo entra una culebra, allá ella, cuando vuelvo ya no está».

- ¿Y si nieva?
- Pues que nieve, anda que no he pasado aquí nevadas.
¡Qué tío Pedro! Para ser feliz sólo necesita un río donde bañarse.
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