14/05/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Los que nos criamos al calor de las sesiones de cine que ofrecía Televisión Española los sábados por la tarde aprendimos que los hombres no lloran. Ante la adversidad nuestros héroes podían sobreponerse o desesperarse, pero sin lágrimas. Pasó algún tiempo hasta que el cine empezó a mostrar un nuevo tipo de épica, supuestamente más auténtica y realista, en la que la lágrima en el rostro de un hombre no sólo no desmerecía su virilidad, sino que incluso podía realzarla. Los hombres, si son de verdad, también lloran, era el mensaje. Un par de generaciones más tarde los héroes de la pequeña pantalla apenas hacen otra cosa más que lloriquear.

El espectáculo que esta semana nos ofrecían en bloque los aguerridos futbolistas del Atlético de Madrid y del Celta tras sus respectivas eliminaciones en sendas competiciones europeas, buscando una cámara sobre el terreno de juego que captase sus sollozos, resultaba insultante. Todos somos conscientes de la frustración de un futbolista internacional que se queda a las puertas de una final, pero cada día hay médicos que salen desolados del quirófano tras haber perdido a un paciente, abogados que resultan malparados en pleitos decisivos, opositores que ven malogrados años de estudio y empresarios que tienen que afrontar cierres dramáticos. Todos ven frustrados sus esfuerzos e ilusiones, y todos tienen que dar la cara ante los familiares de sus pacientes, ante sus clientes o ante sus trabajadores, y afrontar situaciones personales quizá no tan boyantes como las de un futbolista de primera división. El mundo se pararía si cada uno de ellos reaccionara como estas plañideras del deporte.

Y como es lógico, el no saber afrontar la derrota implica no saber tampoco cómo ganar, en la mente de todos hay recientes celebraciones de goles que dan vergüenza ajena.

La semana pasada dediqué este mismo espacio a los valores del deporte, personificados en la figura de la gimnasta Andrea Pozo, pero no todos los deportes son iguales ni se sustentan sobre los mismos valores. El fútbol actual, al menos en España, nos enseña a humillar al rival en la victoria y a llorar en la derrota, a fingir y exagerar las faltas, a despreciar al adversario en declaraciones de folclórica, nos enseña padres que organizan sangrientas reyertas en los partidos de sus hijos, deportistas multimillonarios dispuestos vestir por dinero la camiseta de una nación a la que insultan, y aficionados que pegan cobardemente a gente que ni conocen. Si esto fuera deporte, deberíamos orientar a nuestros hijos hacia el mus.
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