22/02/2020
 Actualizado a 22/02/2020
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Hace dos años escribía sobre el letargo de un León dormido. Veinticuatro meses han llovido y por fin despertamos. No sé si con la misma intensidad que en el 84, pero con decisión y firmeza ante un escenario mucho más cruel y desolador que el de los 80, porque ahora ya hemos recogido los ‘frutos’ envenenados. La fusión de estas dos regiones, Castilla y León, que ahora los libros de Historia califican como enlace fructífero y conveniente, nunca fue tan pacífica ni tan beneficiosa a partes iguales. Bien está educar en la concordia, pero no tergiversando la verdad. León casi siempre se ha unido a Castilla por la fuerza, a base de guerras fratricidas o abdicaciones forzosas. Pero admitiendo incluso las razones históricas como un determinante de peso para solicitar la escisión, más interés merece en mi opinión imponer la economía y un sentido práctico de la existencia para reivindicar un León solo. Respeto a aquellos sentimentales movidos por cuestiones de identidad, pero mis deseos se mueven más orientados al futuro, al futuro de la tierra en la que vivo, al futuro que heredarán nuestros hijos y los hijos de sus hijos si deciden quedarse.

Esta unión que desde lejos plantean como enriquecedora es una fusión desigual, en la que León ha pasado a ser ese hermano pequeño que trabaja duro y tiende la mano para recibir las migajas que le otorga el hermano mayor a su conveniencia. Si queremos renacer, debemos volver a constituir el antiguo Reino junto a Zamora y Salamanca y establecer alianzas comerciales, culturales e industriales con el antiguo eje constituido por la Ruta de la Plata, para que el Noroeste entero vuelva a ser productivo y resuciten también Asturias y Extremadura mirando incluso al norte de Portugal. Ese sería el acierto y el fin de una despoblación galopante porque no nos salvarán simples píldoras de turismo y tradición. Por cierto, la Sra. Ayuso, debería revisar su dosis de ignorancia.
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