26/02/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Desde hace mucho tiempo me gusta adentrarme por el Barrio Húmedo a través de sus diferentes accesos. Hacerlo por la calle de San Francisco me obliga a parar en la vieja barra de La Cantina, girar luego por el callejón de Trastámara hasta darme de bruces con la Iglesia del Mercado, picar buen embutido en La Despensa de Puerta Moneda y subir Escurial en busca de un hueco libre en la terraza de El Grifo. Mientras el bueno de Antón me trae un clarete fresco con el mejor de sus quesos, disfruto mirando la Plaza del Grano. He vuelto a ese ritual callejero escribiendo una historia para esta columna ahora que han arrancado las polémicas obras en ese punto neurálgico de la cultura cazurra. Al repasar los antecedentes de nuestra enésima disputa me he fijado en la advertencia que lanzaron el pasado diciembre los hermanos Seoane, expertos en cantos rodados: «la plaza no aguanta un invierno más». A menos de un mes para estrenar la primavera parece que el mítico empedrado ha superado la época de frío. Lo que no tengo tan claro es que se libre del hormigón, su peor enemigo. Son tantas las opiniones y tan variadas las teorías que uno no sabe si manifestarse enérgicamente o aplaudir la decisión del alcalde. Volviendo a esa ruta de bares, vinos y tapas he querido detenerme en plena Cuesta de las Carbajalas, levantar la mirada hacia unas rejillas de madera y preguntarme qué pensarán ellas, las Señoras del Grano. Esta comunidad de monjas lleva instalada en tan privilegiado enclave casi cuatrocientos años. Desde su clausura benedictina han visto pasar por la plaza, sin apenas rechistar, cuatro siglos de historia leonesa. Nadie mejor que ellas para explicar cómo ha cambiado ese pueblo grande que es la pequeña ciudad de León. Desde hace siglos en el Grano se han dado cita un buen número de artesanos, campesinos y tenderos con todo tipo de comerciantes, nobles y obispos. Hoy son los peregrinos, varios camareros y un puñado de ilustres parroquianos los que dan vida al lugar, el resto, como yo, de visita el fin de semana. Si pudiera entrevistar a la abadesa le preguntaría por su opinión respecto a este proyecto de renovación urbanística. Lejos de posicionarse en contra imagino que me explicaría con detalle el desgaste que ha sufrido el centenario suelo visto desde su campanario y lo necesarias que son las obras. Eso sí, supongo que si tratase de sonsacarle a la religiosa cuánto destina su hospedería monástica a esta derrama vecinal, me diría que una cosa es este humilde convento y otra muy distinta ese hotel de lujo.
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