06/12/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Hablar de Las Médulas es referirnos a uno de los más importantes atractivos de nuestra tierra, visita obligada para todo turista que pase razonablemente cerca; y obligación moral para los leoneses, ni que decir tiene…

Llegaron los romanos a la zona en el siglo I a. C., y decidieron quedarse y aprovechar los recursos; entre ellos el oro, que ya se bateaba en los ríos del entorno. Supongo que la idea no entusiasmaría a la gente que allí vivía –en el Castrelín de San Juan de Paluezas o en el castro de Borrenes, por ejemplo– pero, aun así, parece que la conquista fue más o menos pacífica; a pesar de las hostilidades, que seguro las hubo…

Los romanos explotaron el oro mediante ‘ruina montium’ –así lo denominó ya Plinio el Viejo en el siglo I–, utilizando la fuerza del agua, conducida por una extensa red de canales –unos 300 kilómetros–, para demoler una montaña en la que había oro –apenas unos miligramos por cada metro cúbico de sedimento–, dejándola caer en su interior a través de una serie de galerías y pozos; y recogiendo después el metal –aparece un polvo e oro entre las arcillas– en canales de lavado.

El Imperio abandonó Las Médulas a finales del siglo II o comienzos del III, tras realizar profundas transformaciones en la zona. Y no solo en el paisaje o en la modificación de su topografía –como la formación del Lago de Carucedo–; sino también a nivel socioeconómico: buena parte de la población local –jurídicamente libre– trabajó en la explotación e, incluso, surgieron asentamientos asociados a ella, casos de Orellán, dedicado a la metalurgia, o de Las Pedreiras, quizás la ‘officina metallorum’, su centro administrativo.

Los romanos, sin pretenderlo, nos legaron un entorno único –en el que hoy abundan castaños, encinas y robles–, un paisaje cultural que, entre otras distinciones, fue incluido en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en su sesión celebrada en Nápoles ente el 1 y el 6 de diciembre en 1997, hace justo ahora veinte años. Y no era para menos, claro.
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