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Las estaciones provinciales

01/05/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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ños 50 ó 60. Marcos Parra ‘Marquines’, periodista del diario El Vespertino, recorre las calles y antros de una ciudad que en ningún momento se nombra pero en la que se reconoce por las descripciones el León gris de la Dictadura intentando desentrañar un trágico y extraño suceso: la muerte de un indigente en una casa abandonada de las afueras junto con varios burros a causa de un incendio. Al parecer, el mendigo se había refugiado en el caserón para pasar la noche a cubierto y posiblemente fuera él quien lo quemara al hacer fuego.

La peripecia de Marcos Parra, que quien haya leído ‘Las estaciones provinciales’, para mí la mejor novela de Luis Mateo Díez y eso es decir mucho, le lleva a recorrer la ciudad ‘raposa’ y cainita que León continúa siendo pero que en la posguerra estaba llena, además, de miedo, de silencios y de amenazas clandestinas. Y en ese recorrido desentrañará poco a poco y sin querer las oscuras tramas de poder, las miserias de la política provincial, las vidas atrabiliarias y llenas de claroscuros de los vecinos de una ciudad sumida en la postración y aplastada por la Dictadura. Solamente Marcos Parra y sus amigos, bohemios a contrapelo, seres disparatados y obtusos, personajes de una ciudad sumergida que sobreviven a base de darle la vuelta a todo y de reírse de sus propios males, se salvan de la mediocridad ambiente y de la atmósfera de opresión que envuelve a la sociedad a la que pertenecen y con la que se ven obligados a vivir.

Luis Mateo Díez nunca me lo ha confirmado (tampoco yo se lo he preguntado nunca), pero corre un rumor antiguo entre los que nos dedicamos o hemos dedicado al periodismo en León en algún momento de que el ‘Marquines’ de ‘Las estaciones provinciales’ está inspirado en Félix Pacho Reyero, el periodista leonés superviviente de tantas y tantas empresas profesionales, entre otras la fundación de este periódico en su primera etapa, que esta semana ha fallecido en Madrid. Félix Pacho, que en los años 50 y 60, antes de desplazarse a la capital y de desempeñar su oficio en Informaciones y en la Agencia EFE, de la que fue director para Hispanoamérica, pateó las calles de León ejerciendo una profesión entonces tan vituperada y mal pagada como hoy pero fundamental para la salud mental de una sociedad y para la democracia misma y lo hizo con dignidad y altura de miras pese a que los tiempos entonces no contribuían a ello. Volvió al origen ya al final de su carrera para fundar La Crónica de León, pero la experiencia le resultó agridulce, quizá porque el León que él buscaba ya no existía. Siguió escribiendo de cuando en cuando en este periódico que él consideraba suyo con esa pluma profunda y altisonante que se parecía a su voz, una de las mejores voces que he conocido y que él ponía al servicio de una imponente memoria, todo un caudal de sabiduría. En su honor volveré a leer la novela que inspiró con sus andanzas en una época en la que León era aún más ‘raposa’ y provinciana de lo que hoy es.
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