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Las ciudades amuralladas

04/12/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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En una entrevista para la competencia local de este periódico, con el que también colabora de modo habitual, el poeta Toño Llamas recordaba sus diez años de retiro en la montaña leonesa de una manera brutal: «Los pueblos son auténticos cementerios, abandonados de la mano de Dios. Cada día que pasa se cierra la puerta de una casa. Cada noche se apaga un hogar. El regreso a la Edad Media, a las ciudades amuralladas, es ya una realidad».

La reflexión de Toño Llamas, que ha regresado a Barcelona después de su intento fallido de volver a unos orígenes que había dejado atrás hace mucho tiempo, supone un aldabonazo en el silencio de una provincia, León, que, como muchas otras del interior del país, se vacía de día en día para concentrarse toda la gente en sus ciudades, como bien dice Llamas que sucedía en la Edad Media. Entonces, la gente huía de enemigos físicos: los árabes, los normandos, los piratas berberiscos que asolaban nuestras costas saqueando y robando todo lo que podían llevarse, pero ahora la gente del campo huye de otros enemigos menos visibles y más temibles, como la soledad, el olvido, el abandono, la incomunicación, la falta de servicios dignos. Y se refugian en unas ciudades que nuevamente vuelven a ser lo que fueron siglos atrás, esto es, lugares en los que defenderse parapetados tras sus murallas de piedra de todos esos enemigos que avanzan sin remisión a su alrededor. En muchas provincias de España, cada mañana salen de las ciudades miles de personas (maestros, médicos, funcionarios, pero también ganaderos y agricultores que continúan viviendo del campo pero viven ya en las ciudades a cubierto) que, al anochecer, regresan a ellas después de hacer su trabajo, dejando solos en las aldeas a los que se resisten a abandonarlas por tozudez o por fidelidad a una forma de vida y a un territorio al que aman. Solamente en el verano los ciudadanos regresan a aquéllas, como si el buen tiempo ahuyentara a los enemigos, devolviéndoles la vida por algunos días.

«Me gusta apoyar la mano en el tronco de un árbol, no para asegurarme de la existencia de un árbol sino de la mía» citaba el propio Toño Llamas al francés Cristian Bobin en uno de sus artículos en este periódico que acostumbran a incorporar perlas como ésta tan difíciles de encontrar en la prensa diaria y la recuerdo ahora apoyando mi mano en ella para agradecerles a los dos, a Llamas y a Bobin, su clarividencia. Que las ciudades amuralladas volvían a ser una realidad en la España rural lo intuía pero nunca lo había visto tan claro como al leer la entrevista de José Antonio Llamas: «Cada día que pasa se cierra la puerta de una casa. Cada noche se apaga un hogar…»
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