Las casas no están a escuadra

01/07/2016
 Actualizado a 02/09/2019
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Todo tiene trampa, hasta las trampas. Cuando alguien inventó que «la arruga es bella» para vender los trajes sin planchar se pusieron de moda las arrugas, pero las que vendía él. Las de la cara de mi abuela, y las de tantas abuelas, aradas a golpe de viento y sol en horas y años de trabajo, seguían sin interesarle a nadie.

Las trampas son bellas cuando lo que importa es el resultado. Buenos son los tacones si las piernas quieren ser eternas antes de llegar al suelo. Buenos son los pantalones arrugados si la moda los bendice. Buenos son los tacos si se ajustan y nivelan las tablas del escenario, lo importante es que haya fiesta, que suene la orquesta, que cante Bertín...

Siempre hubo disculpa para la trampa. A Casimiro –el eterno carpintero de mi infancia, de lapicero clavado a la oreja, polvo en el mono y virutas en la estufa– jamás le cuadraba el armario con la pared, o sobraba armario o faltaba salón. Pero nunca se venía abajo cuando quien le había encargado el mueble le ponía mala cara al ver el resultado:«Si no hacen las casas a escuadra yo no lo puedo arreglar con un armario».

– ¿Lo llevo o lo dejo?; preguntaba desafiante.

– Déjalo, llamaré al albañil para que haga la pared a escuadra.

No me diréis que no es más original la disculpa de Casimiro que hacernos creer que «la arruga es bella», por más que a mi me beneficie. Que me beneficia.
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