La rebeldía de los desterrados

09/06/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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A los desterrados de Oliegos les subieron una noche en un tren camino del cascajo y las ortigas. No les dejaron detenerse ni a mirar por última vez lo que dejaban enterrado en su cementerio.

Pero regresaron aunque sólo fuera para ver las paredes que sobresalían sobre las aguas en verano, para pasear por los lugares donde sabían que hubo calles, para comer una tortilla a la sombra de los árboles que ya no están, para escuchar los versos de los poetas que quisieron cantar su epopeya de silencio ante las tropelías del poder.

Los desterrados de Luna y Vegamián seguían acudiendo a la llamada de las casas caídas, a la procesión del patrón, al concejo de los recuerdos.

Y los periódicos seguían recogiendo palabras de decepción por las formas del destierro, por el discurso del dinero, por el tren del progreso y la solidaridad que siempre hace el viaje de ida y nunca vende billetes para el de vuelta, no tiene ninguna estación llamada retorno.

Por eso en Riaño no querían más llamadas de las piedras y las paredes, de las ortigas creciendo entre el musgo, y no dejaron piedra sobre piedra, ni tejado, ni pared, ni torre, ni iglesia, ni reloj, ni plaza...

Creían que no había quedado nada, pero los viejos habitantes miran al fondo y ven las calles y las casas y las gentes...

Y cuando baja el agua los árboles siguen aferrados a sus raíces.
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