La Rambla

Merce y yo estuvimos en Barcelona, visitando –como unos guiris cualesquiera– sus principales reclamos turísticos: la Sagrada Familia, la Catedral –también la del Mar–, la Pedrera, la Casa Batlló… Y el Maremagnum, que quizá no esté al mismo nivel, pero venía marcado en nuestra hoja de ruta…

Recorrimos algunas de sus calles más emblemáticas, como el passeig de Gràcia, la Gran Via de les Corts Catalanes o el carrer del Bisbe. Y paseamos por la Rambla, la de les flors, entreteniéndonos en algunos de sus kioskos, atraídos por el colorido de las plantas… Y pasamos por delante del prestigioso Liceu y de una casa con un montón de paraguas en su fachada, al lado de un mosaico que Joan Miró realizó en el suelo. Y entramos en La Boquería, un mercado en el que, aunque no lo creas, lo que menos nos importaba era lo que se vendiera…

Estuvimos en la Rambla de Barcelona –sí– hace ya unos meses, cuando se casó mi prima Cristina. Y ese día contamos con un cicerone sin igual –Rafa– que, incluso, nos invitó a comer. ¿Qué más se puede pedir?

Y en esa misma Rambla –atestada de gente, como siempre–, el jueves pasado, poco antes de las cinco de la tarde, una furgoneta se llevaba por delante a cuantos se encontró a su paso: hombres y mujeres, adultos y niños, barceloneses y forasteros… El atentado fue reivindicado por el Estado Islámico, como también el que tuvo lugar horas más tarde –ya de madrugada– en la localidad tarraconense de Cambrils.

Solo querían hacer daño. Cuanto más, mejor. Asesinaron al menos a catorce personas y dejaron más de un centenar de heridos. Y a todo un pueblo consternado. Y a millones y millones de personas en todo el mundo ‘tocadas’, obligándonos a vivir una pesadilla que recorre todo el planeta y de la que no somos capaces de despertar…

Mucho –mucho– ha dado que hablar esta barbarie. Y lo que queda. Opiniones las hay para todos los gustos; unas quizás más afortunadas que otras. Y algunas completamente fuera de lugar. A mí, la verdad, casi ni me salen las palabras…