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La lágrima como coartada

18/03/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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Uno de los festejos más importantes y demandados en la plaza de toros de Madrid es la llamada corrida de Beneficencia. Todo aquel torero que triunfaba, soñaba con leer su nombre en los carteles de ese día.

José Miguel Arroyo ‘Joselito’, maestro que no necesita presentaciones, en el año 1993 recuperó la tradición de torear gratis esta corrida. Lidiar gratis es simplemente eso, hacerlo por vergüenza torera sin recibir nada a cambio: «Así el nombre de la corrida será real, soy el último torero romántico».

Ahora que estamos en plena Cuaresma (tiempo en el que se ha puesto de moda la corbata negra para cualquier acto, en mi vida recuerdo algo igual), cuando la Caverna se hace más fuerte, muchos son los ejemplos de las distintas bandas y agrupaciones de la ciudad que realizan infinitos actos de solidaridad como se suele decir ‘de gratis’. Y recalco: sin recibir absolutamente nada y entregar íntegramente todo lo recaudado.

La crisis trajo consigo un tipo de personas que mi querido amigo Manolo Prado denominó como ‘los pillatigres’. Gente que utilizando la lágrima y un cierto reconocimiento social (porque la lágrima siempre ayuda), buscan sacar un rendimiento de causas solidarias.

La lágrima y la palabrería dan la oportunidad de engatusar a una asociación, aprovecharte de su nombre, sin tener en cuenta sus necesidades, que por lo general son muchas.

La lágrima te da una tarjeta de presentación que facilita que las instituciones te abran las puertas y te ofrezcan con cargo al pueblo toda su intendencia. Y por supuesto, la lágrima te permite jugar con ciertas ventajas fiscales, ya que no es lo mismo cobrar por una entrada que recibir un donativo.

Perdónenme pero yo no concibo un acto benéfico en que alguien cobre, creo que esa no es la fórmula ni mucho menos es el fin.

Por poner un ejemplo, si yo pago diez euros por una acción o concierto, en la que se especifica que la recaudación va destinada a un proyecto, mi dinero no es para pagar la merienda de los organizadores, al músico o a las celebrities de turno. Y que tras abonar los honorarios de cada cual, el donativo quede sólo en un par de euros, o como en algún caso más reciente les salga poco más que «a pagar».

Lamentablemente esta es una costumbre que se ha generalizado y a la que hay que meter mano de una vez por todas, porque cada vez son más los negocios enmascarados que aparecen bajo la palabra solidaridad.
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