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La envidia de los vagos

17/05/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Dicen que la realidad supera a la ficción y, al paso que vamos, hasta a la ciencia ficción se queda obsoleta de un día para el que le sigue. Debo confesar que este vertiginoso ritmo de avances y descubrimientos me provoca cierto desasosiego íntimo, lógico en parte, pues la angustia prende bien en los campos de lo desconocido y yo soy un perfecto ignorante del futuro, pero más íntimo y más desasosegante por dudar de que verdaderamente se trate de avances.

No soy un fan del futuro, me gusta mi presente y en ocasiones añoro mi pasado. Mi pasado es la infancia y mi primera juventud, cuando todavía se escribían cartas, había cabinas en las plazas de los pueblos y uno sabía de memoria los números de teléfono de las casas de familiares, de amigos y de novias. Siendo todo más lento, los lazos eran más estrechos y cercanos.

Leo estos días en distintos periódicos artículos sobre los puestos de trabajo que ocuparán en breve los robots, sustituyendo a los humanos, y no negaré que un poco, sí acojona. Vuelos y automóviles tripulados sin tripulación, consultas médicas sin doctor, entrevistas de trabajo sin entrevistador. No seré yo quien ponga puertas al campo y quizás estaría bien que robots inteligentes nos libraran de ciertos trabajos, pero se comienza por aquí y se acaba con un robot para hacernos compañía y con quien hacer el amor en toda la soledad que se avecina. No es que crea que el trabajo sea una bendición, pero me temo que no estamos preparados para tanto ocio. No es sencillo el ocio.

Sin embargo esto de sustituir con artilugios o incomprensibles entes el trabajo humano no es tan moderno como pudiera parecer. Esta misma semana hemos celebrado San Isidro Labrador. Sin duda un santo adelantado a la robótica. Si es cierto lo que cuentan, labrador como era, llevaba a la finca la pareja de bueyes y unos seres, que algunos llaman ángeles, le araban la tierra. San Isidro siempre ha sido la envidia y el deseo de los vagos de este mundo. Pero él sabía emplear ese tiempo regalado por la tecnología divina: lo dedicaba a orar. No estaría de más que nos pusiéramos a rezar para que logremos encauzar el futuro que nos llega con sus softwares omnímodos.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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