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La casa de los Panero

24/07/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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La inauguración de una exposición de 40 años de dibujos de mi amigo Sendo que cualquier persona con sensibilidad y tiempo debería acudir a ver me permitió el otro día conocer la casa de la familia Panero en Astorga, que durante años había visto por fuera, abandonada y llena de maleza. El jardín es ahora un patio armonioso, con su fuente manando sobre la taza como en los tiempos en los que estaba habitada, y el edificio, restaurado con irregular acierto, luce ahora esplendoroso, aún sin utilizar del todo pero dispuesto ya para ello. Juan José Perandones, su recuperador, hoy ya alejado de la política tras varias legislaturas repitiendo el milagro de presidir siendo socialista el Ayuntamiento de la ciudad más conservadora de la provincia leonesa, que ya es decir, me enseñó las dependencias al tiempo que me contaba los sinsabores y peripecias que hubo de vivir durante los nueve años que duró el proceso de conseguir, primero, la compra de la casona a sus propietarios y su remodelación, después. En sus palabras había satisfacción pero también cierto desencanto de una política ingrata y decepcionante para quienes acertadamente o no entregan a ella su esfuerzo durante un tiempo sin aspirar a vivir de ella ni utilizarla para medrar en ámbitos más lejanos.

La casa de los Panero, la familia astorgana que protagonizó durante casi todo el siglo pasado la vida cultural de la ciudad alentando proyectos como la Escuela de Astorga, generación local de escritores surgidos en tiempos de la República (Ricardo Gullón, Luis Alonso Luengo, los propios hermanos Leopoldo y Juan Panero) y sirviendo de anfitriones en Astorga a poetas y escritores nacionales, tanto republicanos, antes de la guerra, como falangistas, luego (Leopoldo Panero, preso en San Marcos por izquierdista, cambió de bando en mitad del río como tantos otros), tiene, pues, la suficiente historia detrás de ella como para haberla dejado caer (o que acabara convertida en un hotel, como a punto estuvo de ocurrir también). Sólo por eso ya el personal empeño de Perandones sería loable y digno de aplauso por más que muchos astorganos lo criticaran en su momento según parece tachándolo de dispendio. Si una ciudad no conserva sus referencias se convierte en una ciudad sin alma. Pero es que, además, la casa de los Panero, cuyo tamaño y emplazamiento a un tiro de piedra de la catedral y en el casco antiguo de Astorga, cerca de otros museos y edificios religiosos y civiles de interés, ofrece todas las posibilidades, por sus características arquitectónicas y su distribución interna, para volver a ser el foco cultural que fue durante muchos años hasta quela desaparición de los hermanos Panero y el desencanto y muerte de los tres hijos de Leopoldo (la de Michi, que era el menor, acaecida precisamente en Astorga, a donde regresó ya enfermo) apagó su luz. El empeño del exalcalde Perandones, que muchos no comprendieron en su momento, pasaría así de ser una idea utópica a convertirse en una realidad. Una de esas realidades que tanto necesitan León y Astorga.
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