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La biblioteca de mi abuelo

19/05/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Mi abuelo leía ‘El País’ todos los días y todas las semanas ‘El Adelanto Bañezano’. Llegaba de la fábrica de materiales de construcción, de su fábrica, con ‘Mundo Obrero’, el periódico del PC, debajo del brazo. Además, recibía el estadounidense Selecciones del ‘Reader’s Digest’ desde los años 50 y la constelación de libros que lo acompañaban. Le interesaban las biografías –Al Capone, Marilyn Monroe, El Che Guevara–y las revistas de maquinaria industrial. En el casete de su Mercedes se escuchaba a Nana Mouskouri, Julio Iglesias, Rafaela Carrá y rancheras mexicanas. A mi abuelo, la guerra lo pilló muy joven y como era bachiller y tenía labia consiguió un puesto de censor en el bando nacional, primero en el frente del Ebro y después en el noroeste. Censuraba cartas y, puesto que muchas estaban escritas en gallego y no tenía tiempo –ni humor– para descifrarlas, tachaba la mitad del contenido.

Mi abuelo no era blando ni suave ni tierno.

Mi abuelo tenía una retranca muy leonesa y una forma también muy leonesa de hacer las cosas: si no salían a la primera, lo hacía por las malas. Era inteligente, había logrado atesorar una pequeña fortuna y levantar dos fábricas de la nada. Pero le perdía el carácter. ¿Que iba con su Mercedes y se encontraba unos operarios en medio de la carretera que le impedían el paso? Bajaba del coche y, despacio pero seguro, levantaba las vallas en el aire y las apartaba a un lado con estrépito. Si una puerta se le resistía, iba a por su caja de herramientas, y plis, plas, desatornillaba la cerradura. Cuando se enfadaba era un tornado desatado. Gritaba, con toda su potencia física –pesaba por los menos cien kilos–, y su cabeza enorme y sus ojos saltones y sus manos como aspas de molino.

Mi abuelo, hijo de un padre bebedor exseminarista, que quedó huérfano de madre desde muy niño, acostumbrado a trabajar duro, de lo que más orgulloso estuvo siempre fue de su destreza como albañil. «Yo soy Miguel Anta, el albañil –decía–. Iba con la bici por los pueblos arreglando lo que fuera. Trabajando y ahorrando». Era consciente de que carecía de estudios y se formó por su cuenta. Escogía sus lecturas de aquí y de allá. Enciclopedias. Las historias de superación y las curiosidades del ‘Selecciones del Reader’s Digest’. El triunfo del luchador, del emprendedor. Y sin embargo, se consideraba de izquierdas, admiraba Rusia y votaba al PSOE. Esas contradicciones estaban en su librería, en esos volúmenes de cuidadosa encuadernación. Lo curioso es que yo crecí con esa –aunque no solo esa– biblioteca. Supongo que de alguna manera, esas lecturas me influyeron y me influyen. ¿Me han hecho más ambiciosa? ¿más curiosa? ¿más qué? El poder de los libros.
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