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La agonía del Hullero

19/03/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace ya 27 años escribí un artículo (‘Muerte de un tren’. El País, 28 de setiembre de 1990)en el que, entre otras cosas, decía: «Ignoro qué pasará con el Hullero finalmente. En un mismo verano y mientras pasaba las vacaciones en mi provincia, he podido leer en los periódicos locales (el pobre Hullero es poca cosa, al parecer, para que se ocupen de él los nacionales) docenas de noticias contradictorias y, como suele suceder en estos casos, las más diversas afirmaciones de los políticos. Tal vez al pobre Hullero lo detengan cualquier día para siempre. Tal vez aguante un tiempo reconvertido en triste tren de cercanías (ya ves: él, que fue el motor de la siderurgia vasca y el mayor ferrocarril de Europa de vía estrecha) hasta que la maleza y la falta de viajeros lo dejen en vía muerta. En cualquier caso, y si nadie lo remedia, el Hullero está ya muerto porque la tierra por la que pasa está muerta también y ya apenas queda nada que los de fuera se puedan llevar de ella: ni carbón, ni mercancías, ni mujeres y hombres aprovechables como mano de obra barata y bien dispuesta…». 27 años después, mis palabras de entonces se están cumpliendo, lo que demuestra que no exageraba mucho pese a que más de uno me acusó de pesimista y negativo. Es más, mis previsiones se quedaron cortas, pues lo que no imaginaba es que el Hullero pudiera acabar no llegando a León, abortado a la entrada de la ciudad por unas obras que dejan a las de El Escorial entre las más dinámicas de la historia de la ingeniería española.

La agonía del Hullero, pues, no viene de ahora. Viene de muy atrás, de la época en la que la minería del carbón comenzó a languidecer al tiempo que la ganadería de montaña y toda la Cordillera Cantábrica vio despoblarse sus municipios, pero no habría llegado al extremo en el que está hoy sin la colaboración de los distintos gobiernos y gestores ferroviarios responsables de su viabilidad. Las continuas contradicciones y los silencios de éstos así lo indican por más que ninguno de ellos tenga la valentía de declarar abiertamente sus intenciones. Pero no hace falta. Que ni el gobierno central ni los autonómicos por cuyos territorios pasa el Hullero encuentren dinero para pagar a seis maquinistas que sustituyan a los jubilados y que entre los seis cobrarían lo que un ministro y que las obras de acceso del tren a León estén tardando más tiempo que las de construcción de la línea entera hace siglo y pico son suficientes pruebas de sus propósitos, que no son otros que cargarse el tren, digan lo que digan. Que lo hagan, pero que no lo dejen morir, como están haciendo, de inanición, pues si un tren no lo merece es ese que tanta vida y riqueza dio a este país. Y si lo quieren salvar que lo salven ya. Ni el tren ni sus empleados ni los viajeros que pese a todo siguen utilizándolo aguantan ya más mentiras.
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