28/12/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Nunca he sido inocente, pero hoy estaré pendiente por si alguien se atreve a pegarme un muñeco de papel en la espalda. Y eso que muchas veces pienso que vivimos en un 28 de diciembre perpetuo a tenor de todo lo que nos rodea. La época navideña es una inocentada de dos semanas en las que se predican buenos deseos al mismo tiempo que cada uno sigue mirando únicamente por debajo del ribete de su boina sin importarle un comino lo que le pueda pasar al vecino. Pero más allá del carácter habitual de los leoneses, marcado por el cainismo y la crucifixión de todo aquel paisano que consigue destacar en cualquier ámbito de la vida, los gestores de la cosa pública protagonizan acciones que bien podrían calificarse de inocentadas. Es el caso de proyectos como la Ciudad del Mayor, que permanece en el abandono más absoluto, o la integración de Feve, que tiene lista su plataforma sin que nadie dé explicación alguna sobre lo fundamental, que es el acceso de los trenes-tranvía a la estación de Matallana. Podría tratarse de una inocentada si no fuera por aquel paisano que esperó diez meses para hacerse una resonancia y que el día de la cita no pudo bajar desde su pueblo porque el tren no apareció y el autobús alternativo le dejó tirado en el apeadero. Son las consecuencias de gobernar desde la moqueta y no desde el terruño, porque es muy fácil llenarse la bocona con discursos sobre cómo hacer frente a la despoblación, pero es muy difícil mirar a un paisano a los ojos y escucharle decir apesadumbrado que «si quitan el tren, joden a mucha gente».
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