10/06/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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El escritor francés Romain Rolland aseguraba que un héroe es aquel que hace lo que puede. Pero eso ya es mucho. ¿Hacer lo que se puede por los demás, todo lo que se puede, sin importar las consecuencias? Eso significa tener una enorme valentía. Y no es lo habitual, pero tampoco es una virtud tan escasa en nuestra contradictoria especie como creemos. El ejemplo de Ignacio Echeverría en el atentado en Londres es de los que nos reconciliarían definitivamente con el homo sapiens si no existieran el del otro lado: los que matan.

Echeverría hizo lo que pudo con lo que tenía a mano: ese monopatín que se ha convertido en un símbolo, como él mismo, y que fue lo que usó para tratar de impedir que uno de los terroristas acuchillara a una mujer cerca del mercado de Borough, junto al Puente de Londres.

Huir o no huir, esa era la cuestión, hubiera dicho Shakespeare si lo ocurrido le hubiera pillado saliendo del Globe Theatre, cuya réplica no está muy lejos del lugar donde murió Ignacio.

En esta provincia también tuvimos hace tres años otro ejemplo de alguien que no huyó: el policía jubilado Pedro Mielgo, que siguió a Montserrat Gonzálezdespués de los tres disparos que realizó contra la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco, en la pasarela del Bernesga.

No sabía entonces si Montserrat se había deshecho o no del arma. Podía llevarla escondida y podía tener más balas. A pesar de todo, la persiguió y después la señaló ante la Policía: «Fue ella». Mielgo hizo todo lo que pudo y eso facilitó la resolución de un caso que, sin su ayuda, no sabemos cómo habría acabado.

No hacen falta casos tan extremos para probarnos. A veces huimos y otras no. Somos humanos. Pero cuando más valemos es, desde luego, cuando nos quedamos si alguien nos necesita.
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