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Hombre muerto

04/10/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Durante el viaje inaugural del AVE a León, el presidente del Gobierno decidió visitar la cabina del tren y mantener con el maquinista una de esas conversaciones en las que ha demostrado ya tal maestría que las utiliza también para entrevistas e incluso para intervenciones en el Congreso o el Senado: lo rápido que estaban avanzando y, en cambio, lo poco que se notaba la velocidad; el buen tiempo que hacía para ser finales de septiembre y, en cambio, lo que bajaba ya la temperatura por las noches; y la sentencia definitiva: cualquier día hiela y acaba con toda la fruta que queda sin vendimiar. El maquinista no debía de estar muy al corriente de la actualidad política y, en un acto de absoluta inconsciencia, dejó a Rajoy que hiciera algo que nunca hasta ahora había hecho ni con el gobierno ni con su partido: tomar el mando.Le enseñó el botón que hay en todas las cabinas de tren y que denominan ‘hombre muerto’. Tiene como objetivo paralizar la máquina en el caso de que el conductor sufra algún tipo de indisposición y, por eso, es necesario presionarlo cada cierto tiempo. Rajoy lo apretó unas cuantas veces mientras mantenía una de sus sesudas conversaciones y ya se empezaron a escuchar voces en el PP que pedían que se quedara allí para siempre, que el botón del ‘hombre muerto’ era la forma de asegurarse de que su líder está vivo y no sufrir así el mal de la desorientación. Como todo pasa muy rápido, incluso en el AVE capado que ha llegado a León, el maquinista tuvo que cortar la conversación y pedirle al mismísimo presidente del Gobierno que ocupara su asiento, pues debían cumplir los horarios y el tren acumulaba en ese momento dos minutos y 23 años de retraso.Como había tenido todo ese tiempo para preparar su discurso, Rajoy llegó a León y en su intervención se dejó de tópicos y lugares comunes: habló de vertebración, de que estábamos más cerca del resto del mundo, de que las comunicaciones son un vector de creación de empleo y de crecimiento económico. Uno no puede andar haciendo filigranas en sus discursos si está ocupado en mantener unida España. «Como sigan uniéndola, le va a salir otra cordillera», decía esta semana uno de los geniales personajes del genial Rodera. Perdió Rajoy una oportunidad de ejercer de español en su ponencia, en la que, como estaba escuchando Herrera yaún no le ha hecho caso a su consejo de que se mire en el espejo, se refirió a la minería. Anunció la creación de un nuevo grupo de trabajo, algo que, después de abrir una comisión de investigación, es lo mejor que se puede hacer para callar a los voceros y que todo quede exactamente como está. Prometió, además, futuros «fondos adicionales», que es lo que un padre le responder a su hijo cuando le pide más propina. Pero, a poco que hubiese profundizado en el tema minero,seguro que Rajoy hubiese ejercido de auténtico español practicando la más nacional de las costumbres, la que nos une más que cualquier bandera a vascos, catalanes, gallegos, vallisoletanos, leoneses y bercianos: echarle la culpa a otro.
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