Hasta que el asfalto nos tape

23/03/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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Cambian los tiempos y cada época tiene sus ritos, pero todos ellos forman parte del ritual de las bodas, del envés de esa fotografía que presidía el salón de la casa con la foto de la boda, las últimas en color, las más viejas retocadas por algún artesano pues el original estaba comido por la humedad y el tiempo.

Las bodas llevan unido su nombre a la leyenda del disfrute, la fiesta, el aluche, los bailes, las despedidas y sus inconfesables locuras, la tornaboda, el traje, la bebida, el recuerdo, la anécdota, el regalo, el banquete o los padrinos.

Tal vez por ello, por el recuerdo de tantas cosas, han participado de la tradición de hacérselo saber a todo el mundo, lanzar a los cuatro vientos que la boda se acerca, que se sacan dos vecinos de aquel pueblo o una vecina y el rapaz que ya se ha ganado los derechos pertinentes pagando el piso, como mandan las más viejas costumbres.

Antes un río de paja iba de la puerta del novio hasta la puerta de la casa de la novia, con el tiempo la paja dio paso a una linea de pintura blanca que unía sus destinos en uno, más adelante nacieron los letreros y en la plaza se pintaba el corazón con los nombres, cuanto más grandes mejor, y no falta la costumbre de colgarlo en lo más alto de algún puente. El caso era decirlo. Que se sepa. Que se casan... Hasta que el asfalto nos tape.
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