Hasta la última suela

Crítica del libro de relatos del escritor leonés Gabriel Rodríguez García

Marta Prieto
23/05/2017
 Actualizado a 16/09/2019
Héctor Escobar, Gabriel Rodríguez y Dionisio Domínguez en la entrega del Premio Libro de cuencuentos de la Fundación MonteLeón. | VICENTE GARCÍA
Héctor Escobar, Gabriel Rodríguez y Dionisio Domínguez en la entrega del Premio Libro de cuencuentos de la Fundación MonteLeón. | VICENTE GARCÍA
Discurro entre las páginas del programa de mano de la feria del libro de León de este año buscando infructuosamente el nombre de Gabriel Rodríguez García (León, 1977) y su último título: ‘Hasta la última suela’. Como no lo encuentro, pienso que no puede haber existido en esa circunstancia más que desconocimiento y falta de comunicación entre los organizadores de la misma y Ediciones Desnivel, que acaba de poner en el mercado (ha llegado a las librerías este mismo mes de mayo) esta obra con la que Gabriel fue finalista del prestigioso y conocido premio de literatura que anualmente convoca la editorial. No ha sido, sin embargo, el primer premio de ese joven autor, bioquímico de formación, que tiene en su haber, entre otros, el premio Fundación Monteleón 2014. En aquella ocasión lo logró con una colección de veintidós relatos en los que se daban cita a partes iguales la sátira, la ironía o el sarcasmo y fueron publicados por Eolas bajo el título ‘Maestro, extráigame de piedra’. Cinco relatos breves conforman su libro en esta ocasión. Cinco narraciones que tienen como hilo conductor el hecho de estar ambientados o discurrir en la montaña: nada raro en un autor que ha hecho de ella su mundo desde la infancia (sus andanzas se desparraman a placer por el mapamundi, aunque bien se ve que los Picos de Europa parecen conformar su universo particular) y en el que se da la rara circunstancia, en cualquier caso bastante atípica, de ser quien asegura a su padre cuando van de escalda.

Como hay muchas formas de presentar un libro y todas son en mayor o menor medida aceptables (salvo la que lo destripa impunemente y le hace perder al lector las ganas y la ilusión), a mí me gustaría apuntar lo distintos que son los relatos y no solamente por su contenido: desde una narración que quiere reflejar la oralidad (‘La madera en el agua’) y le concede la palabra a un interlocutor lugareño que nos cuenta la historia desde su punto de vista y experiencia hasta aquel (‘Here comes the Sun’) en el que la palabra la toma una joven, de la que no llegamos a saber nunca el nombre, que nos recuerda a los Beatles y a aquella canción que Harrison compuso en casa de Eric Clapton un día de primavera tras un largo (y difícil) invierno.

Da la impresión de que Gabriel se siente cómodo en la primera persona que usa también en ‘Las huellas de Gretti’. Sin embargo, está ausente del relato más humano e intimista de los que forman el volumen (‘Los amigos de Bonington’) que, además, discurre en un escenario perfectamente reconocible por muchos: Espinama, Áliva, Cabaña Verónica, Horcados Rojos, Los Boches, Torrecerredo. Una docena de páginas en las que se entrevera toda la vida de Jorgensen, su protagonista, y la de una familia que apuntaba a ser corriente y tuvo que reinventarse por necesidades del guión. Bien es cierto que, por más que el escenario resulte cercano, al final se hace ineludible el lápiz para emborronar las páginas del relato con los nombres de esos alpinistas, imagino que ya míticos, cuyo desconocimiento hará que el relato se quede entre cojo e incomprensible: Cris Bonington, Scott, Haston, Bonatti, Whymper, Boardman… Otro tanto podría decirse para algunas de las palabras o técnicas de uso corriente en la montaña (digamos que montaña con mayúsculas) que al común de los mortales nos vienen grandes y nos resultan muy ajenas.

En general, es aconsejable antes de ponerse a leer este estupendo libro tener a mano un mapa (o aparato digital al que acudir) para cuando la historia nos lleve al glaciar del Freney, el Cervino, el Mont Blanc, el Everest, Chamonix , el Karakorum, la arista de Peuterey o Torres del Paine. También al Annapurna, donde transcurre el último relato: ‘Que el fin del mundo te pille bailando’. Para mí el más hermoso por razones que se mueven entre su calidad literaria y lo bien perfilados que están sus protagonistas, aparentemente contrarios, y el modo en que la historia va discurriendo de lo simpático a lo dramático con cierta, digamos, naturalidad. Soy consciente, sin embargo, de que no me darán la razón en la elección aquellos lectores que además sean escaladores para quienes las mejores sensaciones están recogidas (parecen no dudarlo) en ‘Here comes the Sun’.

Más de un centenar de páginas, en fin, esperando a ser disfrutadas sin duda por muchos lectores. Y una portada, por cierto, con tres nombres propios: el de Isidoro Rodríguez Cubillas, que firma la fotografía de una vieja bota de montaña, de esas de las de antes, de las que duermen arrumbadas en los devanes. El de Antonio Berciano Alonso, que hace lo propio con una imagen deliciosa tomada en un viaje a Los Alpes, concretamente en el Cervino. Y el de mi amigo Adelino Campos que en ella, y frente al Monte Rosa, se asoma a un mundo de alturas y nieves perpetuas.
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