17/12/2016
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
A todos nos ha pasado alguna vez: vamos tranquilos o azorados por la vida y, para animarla o aturdirla, nos meten, de pronto y sin aviso previo, en un grupo de WhatsApp (o guasap, que dirá la Academia). Navidad es tiempo de grupos de estos, entre otras calamidades. Y entonces, como si el mundo reseteara de nuevo, se desatan la incontinencia de unos, la ira de otros, las indiferencias y los amores… Mientras tú, que ni quisiste ni rebatiste, no sabes bien qué hacer, cuándo borrarte, cómo hacerlo a hurtadillas sin que nadie se percate, sin que le parezca mal a nadie, sin que les parezca siquiera bien…

Cuando sucede, me pregunto qué ocurriría en un grupo creado con gente conocida, los políticos del país, por ejemplo, que así dejarían el edificio del Congreso de los diputados para las visitas turísticas, ya que las cotas del debate parlamentario no merecen tanto. El grupo lo montaría Montoro, por aquello del control. Para quedar bien, nombraría a Rajoy administrador, a sabiendas de que no administraría. Ni siquiera se daría cuenta de que lo han añadido hasta mucho después. Soraya incluiría inmediatamente todos los teléfonos en su agenda, mientras Espe preguntaría quién demonios ha autorizado a nadie a meterla ahí, pero no lo abandonaría. Albert Rivera prodigaría caritas sonrientes por cada mensaje. Iglesias y Errejón aprovecharían el foro para entablar una interminable diatriba que a nadie más interesaría, su subgrupo. Susana Díaz esperaría a que se borrara Sánchez, y viceversa: ninguno de los dos haría nada en consecuencia. Los catalanes repetirían incesantemente que si les siguen mareando, se borran del grupo. Y los vascos advertirán que no se van, pero que no por eso se piense nadie que pertenecen al mismo. Aznar exigiría que lo incluyesen para darse de baja al instante y formar otro, en que solo él estuviera.

Al otro lado del océano, Trump va a crear un grupo en el que estaremos todos. Y cuidadito con borrarse, que se enterará. Y te añadirá otra vez.
Lo más leído