01/03/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Seguía caliente el debate sobre los límites de la libertad de expresión a raíz del atentado de Charlie Hebdo, cuando los carnavales nos trajeron, un año más, grotescos ejemplos de ofensas gratuitas al cristianismo, que la prensa, la misma que había emprendido una cierta autocrítica a raíz de los atentados del semanario francés, se apresuró a jalear.

Este tipo de bromas está tipificado como delito en muchos países occidentales y europeos. En Alemania, por ejemplo, si te da por ofender las creencias del judaísmo públicamente, te meten en la cárcel, y cuando sales te han condenado al ostracismo por antisionista y filonazi.

Para hacerlo con las del islamismo hay que tener arrestos, como bien sabe Salman Rushdie, los caricaturistas daneses, y los franceses en general.
Ofender el cristianismo, y en particular el catolicismo, es, sin embargo, una simpática gracieta, porque así es como agradece la parte laicista de la sociedad el hecho de que prácticamente no exista rama del cristianismo (más de 2.000 millones de personas en el mundo) que no defienda la libertad de expresión y de opinión.

Más allá de que a los cristianos, por lo general, nos resbalen estas bromas, el asunto refleja una gran cobardía. ¿Creen ustedes que el simpático bañezano que pasó el carnaval haciendo monerías disfrazado de Cristo con la cruz a cuestas tendría agallas para salir vestido de Mahoma perpetrando las mismas payasadas? No, la consigna, que ya es casi un lema programático de la izquierda es: ofende siempre que puedas a las religiones tolerantes y pacíficas, que no se defienden, y muéstrate sumiso y comprensivo con las intolerantes y violentas, aunque desprecien los derechos humanos, vejen a las mujeres, celebren ejecuciones a lo bonzo o por decapitación, o maten periodistas en París. A fin de cuentas Irán financia la Tuerka, y con eso se lavan todos los pecados del Islam.

Alguien debería explicarle al tipo que salió en la cabalgata de San Andrés del Rabanedo con una túnica de la Cofradía de Santa Marta, y a los adolescentes que se visten de curas o de monjas con disfraces de tiendas chinas, que la libertad de expresión, como manifestación de la libertad individual frente al poder público, no está reñida con el respeto a las creencias de los demás. La ofensa y la agresión deberían ser el último recurso de todos los que desean expresar su libre opinión atea o agnóstica. Pero ¿verdaderamente hay algún pensamiento u opinión detrás de este tipo de manifestaciones de la libertad de expresión?
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