25/03/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Hay gente genial y gente a secas. Ambos grupos toman café en el bar, pero sólo a los primeros les sonríe el camarero.

La gente genial tiene buen humor, da los buenos días y las gracias, escucha al que tiene enfrente, recoge las cacas de su perro y sujeta la puerta del portal para el vecino que va cargado de bolsas. La gente genial se aparta de los aleros cuando lleva paraguas para que se refugien los que caminan a la intemperie, no vacía el cenicero del coche en cualquier sitio y no pone los pies en el asiento del de delante en el cine ni whatsappea en el teatro. Hay muchos detalles que descubren a la gente genial y hay mucha gente que es así, porque la gente genial tampoco es perfecta.

Entre la gente genial, esta semana he incluido a José Luis Casaus, que lleva 23 años ‘hablando’ con su mujer, Elena Lupiañez, a través de las esquelas que publica cada 21 de marzo en El País. Casaus es ateo, pero sigue contándole cosas a Elena porque los que hemos amado siempre están vivos para nosotros. «Elenita: Mira que me lo había advertido Alfredo Zitarrosa en una milonga... ‘Puedo enseñarte a volar, pero no seguirte el vuelo’. Ya me está pasando. Hace un tiempo que tus hijos Boris y Yuri baten alas y no gano para tupperwares», le decía en la esquela publicada hace unos días.

Sus gemelos, que tenían seis años cuando ella falleció, protagonizan muchas de estas cartas-esquela, género literario insólito inventado por Casaus. «Elenita: El viaje que no hicimos a Alejandría te incapacita para verter al sánscrito primero y a tu idioma después, el bastardo esperanto que tus mileuristas hijos, Boris y Yuri, se gastan por el móvil. tqremos bsts. P.D.: Mileuristas y móvil: otros enigmas que no sospechas», le contaba en otra.

Creo que nos rodeamucha gente genial y deberíamos reconocerla en lo que vale. A la mayoría ya la ha entrevistado Fulgencio Fernández, el tío Ful de este periódico, pero aún quedan algunos por ahí. Entre ellos citaré a Antonio Ovalle, propietario de la colección Templum Libri del castillo de Ponferrada, que -pillado por sorpresa este martes- mostró su erudición y simpatía ante unos chavales alucinados con sus códices facsímiles, tan generosamente cedidos para que los disfrutemos.
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