25/05/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Andaba yo dándole vueltas a un artículo visceral sobre el Ademar, el mejor embajador de León por el mundo desde hace muchos años, (y el que menos subvenciones recibió, recibe o recibirá), cuando, de pronto, el domingo pasado se convirtió en el primer día del fin del mundo y debo olvidarlo hasta mejor ocasión.

Sí, el domingo fue el primer día del fin del mundo. Los hados, caprichosos ellos, conjugaron tres acontecimientos aterradores en un lapso de pocas horas.

Primero, a eso de las diez a.m. Me entero de que el ‘cara-hogaza’ que gobierna Corea del Norte ha vuelto con la matraca de tirar petardos de un kilotón sobre el Mar del Japón. Ese chico es tonto o se lo hace... Están los yanquis con unas ganas locas de gastar un cuarto y mitad del arsenal que se les está quedando obsoleto y el nada, a lo suyo, chinchando sin parar. Todos sabemos como va a terminar ese juego de tronos: el abusón abusando. Le queda un telediario a pavo este. Ya me lo advirtió mi abuelo cuando ingresé interno en el colegio donde nació el Ademar: «Hijo, pasa desapercibido y nunca te metas con los que son más grandes que tú». La única pega al resultado previsible es que los chinos y los rusos están muy cerca de Corea y sólo faltaba que ellos también quisieran gastar los misiles que se les están quedando viejunos... Lo mejor sería no menearla...

Segundo, a eso de las diez p.m. Aunque muy esperado, el Madrid ganó la liga de fútbol. No digo que sea malo, no. La verdad es que este año se lo han currado y lo han merecido. Hasta aquí, bien. Lo terrible del asunto es que voy a tener que aguantar a sus jugadores estrellas y a sus hinchas mucho más tiempo del que me gustaría. Porque son muy soberbios... Sin ir más lejos: el bar que está justo debajo de mi casa es un antro blanco. No me hace falta ver la televisión para saber que el Madrid ha marcado un gol. Un coro de voces histéricas se encargan de anunciármelo. La noche de autos, hasta lanzaron cohetes, (no como los del ‘cara-hogaza’, gracias a Dios), silbaron con una trompeta hasta quedarse sin aire, y cantaron aquello de «Campeones, campeones...», como si ellos mismo hubieran metido los goles en Málaga. He decidido no ir a ningún bar de los que sé que son del Madrid, ni saber nada de todos los amigos madridistas que tengo en los próximos cien meses; y, también, dejar de leer el Marca y el As durante el mismo tiempo. No tengo el ‘chichi para farolillos’ y menos aún para leer las sandeces que dirán los periodistas de la caverna ni las declaraciones, por demás exageradas, de Cristiano, Ramos, Isco y compañía.

Tercero, a eso de las diez y media p.m. Los militantes socialistas habían elegido secretario general, otra vez, a Pedro Sánchez. Deberían hacérselo mirar por un profesional de las enfermedades de la cabeza, cree uno. Volver a escoger como capitán de la pandilla a un tipo que ha llevado al Psoe, por dos veces, a los peores resultados electorales de su larga historia, no es muy lógico ni muy normal. Es como si, cuando éramos enanos, eligiéramos como capitán del equipo de fútbol de la clase al más zopenco, al que no tiene ni idea de darle al balón. Lo mismo, clavadito. Claro que los otros dos candidatos, ¡madre mía!, miedo daban, y dan. Cuando uno quiere hacer una catarsis con su vida, cuando uno quiere empezar una vez más, es ilógico hacerlo en el mismo lugar, con el mismo trabajo y con la misma compañera (o). Debe largarse lo más lejos posible, trabajar en otra cosa distinta a la habitual y debe de conocer y tratar a gente nueva. Si no, sería hacer más de lo mismo y no se produciría el cambio tan deseado.

Vi un rato el debate que mantuvieron antes de la elección. ¡Joder que tropa! En un momento dado, López preguntó a Sánchez que era para el una nación. El chaval se azoró y salió del paso con una contestación equivocada en la que mezclaba el idioma, la cultura, los sentimientos y todas esas bobadas que se usan para definir, malamente, lo que es una nación es su aspecto cultural, no político. Ahí va, gratis, la mejor definición que uno jamás ha leído de nación: «Una nación se ha definido como una sociedad que alimenta el embuste sobre los ancestros y comparte el odio común por los vecinos. Por lo tanto, la necesidad de mantener una nación se basa en memorias falsas y en el odio a todo aquel que no lo comparta». No recuerdo quién lo dijo, pero da igual. Lo importante, como dicen los gallegos, es entender el «conceto». Y ni Sánchez, ni López, ni Díez, lo entienden.

Estoy seguro de que Pablo Iglesias, esa noche, estuvo aplaudiendo con las orejas hasta las cinco de la maña’na. Ni así se las ponían a Felipe II cuando jugaba a los bolos. Peor para el sol..., y para el Psoe.

Salud y anarquía.
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