Imagen Juan María García Campal

Exiliado en la ficción

21/06/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Me tentó, por unos instantes, entregar tiempo y tinta a la constante provocación que es el pretendido ‘enfant terrible’ de la derecha española, Antonio Hernando, pero, aun amigo de ficciones, dónde encontrar palabras y argumentos mejores que los que él mismo regurgita con intención de argüir. Es así, no hay más, es transparente; es la auténtica imagen de la peor derecha, la de los señoritos prontos a la zafiedad que, pretendiéndose irónicos, son incapaces de disimular lo que albergan sus varias, pero compactas, concepciones del ejercicio del poder: el desprecio de la inteligencia ajena y, ya no digamos, de los ajenos derechos. Mas no crean, también me tentó, por otros instantes, entregar tiempo y tinta al censor Pablo Iglesias, pero es tal mi ignorancia de las artes escénicas, de las teatrales en concreto, que hasta minutos tardé en reconocer al personaje en su, sin duda, esforzada moderación parlamentaria, y no por más realidades, no ficciones, que denunciase.

Bueno, así he tenido tiempo –no todo el suficiente– de continuar mis esfuerzos en pro de una mínima comprensión –si intento el análisis sintáctico me da un ictus– del político absurdo verbal de Rajoy –no es trabalenguas, es su concepción total– del ya famoso «cuanto mejor, peor para todos y cuanto peor para todos, mejor; mejor para mí, el suyo, beneficio político» (tensión arterial actual 19/15), que no exige más comentario, aunque sí alguna pregunta sobre el estado de la Nación y los ciudadanos.

Este país, si no fuera porque duele, bien podría ser una ficción. Aunque, a lo peor, igual soy yo el que vive exiliado en ella. Se celebran los cuarenta años de las primeras elecciones democráticas –postfranquistas, que más elecciones democráticas hubo si no miente la histori– y tal parece que su convocatoria y celebración fueran gracia concedida por la egregia voluntad de un rey y el buen hacer de un, con respeto y verdad, falangista reconvertido a demócrata –Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?–. ¿O fue ficción la existencia en este país de una oposición democrática –de derechas e izquierdas– en y al franquismo? ¿Por qué se hurta el valor de la transición democrática como conquista ciudadana, no exenta de resistencias, y de necesidad de modernidad de alguno de los estamentos menos reacios a ella? ¿Es benévola reconversión del franquismo en dictablanda o antigualla? ¿Por qué se fomenta esa leyenda política? ¿Será que se siguen prefiriendo súbditos a ciudadanos? Ah, no, es verdad, es que son ficciones mías.
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