22/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Este verano tras ir detrás del canalla de Dimas días tras día, el ser humano que más disfruta de la libertad corriendo con los brazos abiertos, a lo Carros de Fuego entrenando en la playa, agoté todos los vales para ir al parque con la silla, porque el resultado era tener que salir siempre corriendo y pedir el favor a otro padre para que me vigilase la sillita, ya que ni Pocoyó, ni ningún parque posible consiguen que este medio metro se esté quieto. Asesorado por la madre en apuros compré una mochila para así aparcar la silla en casa. Imagínense la escena, desde el primer minuto libertad total y sin ataduras, ríete tú de aquellos Cross Sociales de la Venatoria que atravesaban la Lastra. Galopar, correr, trotar, llámenlo como quieran, Dimas es simplemente feliz y yo cada día vuelvo a casa triste, escacharrado y con el cerquillo del sudor decorando el polo.

Como nunca se me había presentado esta situación, reflexioné y llegué a la conclusión de que esto únicamente tiene una explicación: estoy gordo, y hay que poner remedio al asunto, ya que no quiero acabar como esos tipos que les pesa la vida y sudan mientras comen. Ante tal situación, la madre de Dimas y yo nos lanzamos a la calle en busca de la detestada báscula. Me pesé, y después de no entender nada, respirar y contar hasta tres, decidí cambiar las pilas al aparato creyendo que venía desconfigurada. Sin embargo la realidad se planteó frente a mí, a pesar de que las cifras que aparecían eran más propias de la frecuencia de una emisora musical en FM. Me comí todo aquello (a la vista está), de que el pantalón corto sólo es para el yate y adquirí la equipación completa de running, antes llamado footing. Después de tres semanas de carreras matinales y de cenar yogures con cereales, les comunico que he conseguido bajar tres kilos. No se corten, si me lo notan felicítenme, toda motivación es poca.

Los que sean aficionados a las grandes gestas, vestuarios y linimentos seguramente se reirán al verme como esos jubilados con cara de velocidad que van equipados hasta los dientes por el río. Por cierto, los perritos tienen que ir atados, ya estoy cansado de oír eso de: «tranquilo que no hace nada» porque al final voy a tener que robar la respuesta a una compañera que ante esa exclamación, siempre responde: «él no, pero yo sí». Me gusta dormir, comer y mojar el pan, adoro el sillón relax y soy adicto a Netflix, así que malgastar tres cuartos de hora de tu ocio en salir a correr solo tiene un sentido, intentar vivir más y mejor para poder seguir acompañando de cerca a mi pequeño Dimas.
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