31/07/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Comparto con los fans de Francisco que se trata de un pontífice muy humano, porque como dice el aforismo latino no hay nada más humano que equivocarse, y el bueno de Bergoglio lo hace con frecuencia.

A las pocas horas del martirio del padre Hamel, cuyos espantosos detalles son de sobra conocidos, el papa comentó que el mundo está en guerra, y precisó: «cuando hablo de la guerra significa guerra en serio, no una guerra religiosa. Hablo de las guerras de interés, por dinero, por los recursos de la naturaleza, para el gobierno del pueblo».

Yo no sé si a la oleada de atentados salvajes que el fundamentalismo islámico viene perpetrando en Europa se le puede llamar guerra; ni si es técnicamente una guerra la persecución a la que se encuentran sometidos los cristianos en Oriente Medio y África, donde se registraron 4.000 cristianos muertos y 2.300 iglesias atacadas en 2015. Lo que sí sé es que, sea lo que sea, es eminentemente religioso. Los asesinos que matan en Europa al grito de ‘Alá es grande’ no lo hacen por vengar a Sadam Husein, ni la ocupación de Palestina por el Estado de Israel; tampoco para conquistar un territorio europeo que, por otra parte, ha venido acogiéndoles durante décadas; ni para conseguir unos derechos que Europa ya les brinda y que ni de lejos se respetan en sus naciones de origen; no murió el padre Hamel, desde luego, por los recursos de la naturaleza, el gobierno del pueblo o el dinero a los que se refiere el papa. En los países en los que manda el integrismo islámico, donde apenas les queda un ápice de poder, dinero o interés que conquistar, no matan menos que en Europa, sino más.

La motivación de los asesinos no es otra que una concepción religiosa desviada, en cuya virtud morir acuchillando a un infiel anciano y desarmado es el modo de obtener el mayor honor y gloria espiritual. «Todas las religiones buscan la paz» dice el papa, pero la paz que buscan los que están llenando Europa de cadáveres es la que queda después de que todo infiel se haya convertido al Islam o haya muerto, como manda, según ellos mismos dicen, la sura 9 del Corán. La sociedad occidental ha vivido en una cobarde indiferencia frente a este problema porque la sangre de los perseguidos por el fundamentalismo islámico no regaba las calles de sus ciudades. Ahora, cuando los mártires caen a la puerta de casa, la negación de la evidencia deja de ser una opción.

Qué fortaleza y qué santidad caracterizaron a Juan Pablo II. Qué enorme altura intelectual tenía Benedicto XVI. Y qué simpático, ay, es Bergoglio.
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