Enigmas de leyenda (II)

Las comunidades políticas han surgido y desarrollado unos rasgos privativos a partir de hechos que han marcado su devenir o se han constituido en signos distintivos

Marcelino B. Taboada
21/05/2017
 Actualizado a 12/09/2019
El castillo de Sarracín tiene relación con las ‘cinco estacas’ del escudo de Vega de Valcarce, donde se ubica.
El castillo de Sarracín tiene relación con las ‘cinco estacas’ del escudo de Vega de Valcarce, donde se ubica.
Realo inventado en mayor o menor grado, los hechos que se han convertido en símbolos en la sociedad, representan el acervo típico y tópico que viene a revelarse como diferencial respecto a las otras diversas sociedades e incluso civilizaciones coetáneas. Y, en nuestro Bierzo, también existen -salvando las distancias con ámbitos más extensos- muchas peculiaridades en este terreno. Los símbolos esquematizados y las plasmaciones icónicas se insertan, en determinados aspectos, en otro de los terrenos (heráldica, banderas, himnos, imágenes,…) donde se manifiesta ostensiblemente el espíritu idiosincrático y ancestral de cualquier grupo humano que se precie y pretendaindividualizar.
Comenzaremos, pues, con la referencia a una ciudad presuntamente desaparecida en su tiempo, seguiremos con un episodio de rechazo a la invasión musulmana y la repercusión floral de un romance bien reiterado y reconocido y procederemos finalmente a realizar unos apuntes particulares sobre noticias truculentas y/o luctuosas de cierta actualidad, aunque dotadas de unos protagonistas, condicionantes y entornos variados.

La ciudad de ‘Alcaparra’


Transmitido durante generaciones, un relato asombroso viene siendo contado: «La ciudad de Alcaparra era un poblado minero importante, que se ubicaba a poca distancia del yacimiento de ‘A Leitosa’ y, más en concreto, en el lugar de Veigueliña. Un día de hornada, cuando estaban cociendo, apareció por allí un hombre viejo y hambriento, implorando un trozo de pan. Cortaron un pequeño pedazo de masa, poniéndolo a cocer. Empezó a esponjarse de tal manera que se formó una bolla de enormes proporciones. Introdujeron un minúsculo trozo de masa, seguidamente, pero la gran sorpresa fue que sucedió lo mismo. Ante la poca caridad cristiana de los aldeanos, surgió una persona que les recriminó su acción. El visitante-mendigo le dijo a este buen y generoso hombre que le acompañara. Así se encaminaron a las afueras del pueblo, sin mirar hacia atrás. Cuando tornaron su mirada, observaron cómo la ciudad de Alcaparra se hundía por su codicia y ambición. Se cree que el anciano era Dios que quiso poner a prueba a los pobladores de esta ciudad».

Cuentan que, más bien a comienzos del siglo pasado, llegó un maestro a la escuela del Estado de Veigueliña. Este hombre tenía la costumbre-manía de sacar, de vez en cuando, a sus pupilos del aula y, obligándolos a mirar hacia La Leitosa, les mandaba repetir la siguiente proclama: «¡Viva la ciudad de Alcaparra!».

En otro ámbito temporal y, a pesar de la relativa influencia y permanencia de los moros invasores en nuestra comarca, aún se polemiza sobre el origen del motivo de «las cinco estacas» que destacan en el escudo tradicional del municipio de ‘A Veiga de Valcarce’. En esta disquisición se coincide en la valentía, osadía y coraje de los actores a quienes se les adjudican gestas o acciones extraordinarias. Una de ellas se atribuye a los nobles señores de la zona (que regían las entonces importantes fortificaciones de Sarracín y Auctares) y la otra versión alude a varios jóvenes mancebos, en un afán inconmensurable de solidaridad y arrojo generoso (en esta narración se asocia, además, el hito con el rechazo al pago del «Tributo de las Cien Doncellas», acordado con los jefes de las huestes islámicas). Vamos, por tanto, a transcribir la primera explicación pseufantástica: «En buena parte de la Edad Media el Señorío del Valcárcel era territorio del Arzobispado de Compostela para, posteriormente, pasar a integrarse en la Diócesis de León. Un hecho notable fue el establecimiento de un gravamen (portazgo) al que estaban sujetos todos los comerciantes, no peregrinos.

Quizá el lugar exacto del pago estuviera en La Portela. Mas, ante los abusos cometidos, Alfonso VI (en 1102) lo suprimió, de lo que queda constancia documental. Sobre dos de las cuatro montañas vigías de ‘A Veiga’ se construyeron dos castillos: el de Sarracín y el de Santa María de Autares. La defensa de la libertad ha sido una constante de Vega de Valcarce: así se dice que los Valcarce se libraban de sus atacantes con las cinco estacas propias de su escudo heráldico». Otra variante de transmisión oral: «el impuesto o exacción de las Cien Doncellas». Cuentan todavía los lugareños más conspicuos que, durante la época de sumisión al dominio musulmán, una de las prebendas de los sarracenos era la exigencia de aportar un selecto contingente integrado por un centenar de hermosas efebas. Este se componía conforme a las aportaciones comprometidas de diversas localidades.

Pues bien, cuando los emisarios del «protector» mahometano se acercaron a estos pagos del Valle del Valcarce fueron puestos en precipitada huida por una partida de mozos, que no estaban dispuestos en absoluto a permitir tal afrenta. A falta de armas con mayor contundencia, se sirvieron de cinco estacas (o «estadullos»), hallados «a mano» en cualquier cobertizo o «alpendre».

Árbol del amor de Arganza


El árbol del amor, cercis,árbol de Judas, árbol de Judea, ciclamor, algarrobo loco, con su llamativa e impactante floración en primavera, ha alcanzado el honor de ser reconocido como «árbol de San Valentín» o de los enamorados.

Las narraciones tradicionales lo asocian con leyendas que vienen de tiempo atrás. Y son diferentes, según se trate de este especimen en la Tercia de Arbás, en Pombriego o en el mismo Arganza, producto de la imaginación de las gentes. Así, en Arganza se cuentan relatos envueltos en paisajes de ensueño y buen vino, en una especie de paraísos artificiales.
Ya son descritos detalladamente en la obra cumbre del literato romántico D. Enrique Gil (El Señor de Bembibre) los impedimentos insalvables en la relación amorosa mantenida entre D. Álvaro Yáñez y su amada Dª. Beatriz. Ambos se correspondían ‘a hurtadillas’ y en secreto sigiloso, ante las amenazas del padre de la sin par doncella y las pretensiones del Conde de Lemos. Este ambiente prohibitivo se transformó en un riesgo evidente para los dos amantes, hasta el punto que El Señor de Bembibre se vio obligado a abandonar su propósito por temor a la pérdida de su vida. Luego - es creíble - se escaparía de una persecución asfixiante y pasaría al anonimato entre los Caballeros Templarios (que lo acogieron en su seno).

El testimonio epilogar, antes de su definitiva separación, resulta conmovedor: fruto del sentimiento tan fuerte y puro, los dos personajes se ofrecieron y juraron guardar «eterna ausencia». Y, entonces, un arbolito que embellecía un huerto próximo floreció. Y mostró un esplendor impresionante, consecuencia de una pujanza y empuje tal que sus flores adquirieron tonos morados, rosados y violáceos de una magnificienca incomparable.


El licántropo Romasanta


Este hombre fue un típico ser poco sospechoso, en principio, de cometer tropelías o fechorías. Nació en Esgos (Ourense) en 1809 y falleció confinado en Ceuta, en 1863. Es el caso de licantropía (‘hombre lobo’) mejor estudiado y analizado en nuestro país.

Sus cualidades eran relevantes: «ducho» en el oficio de sastre, era un profesional agradable, afable y con bastante simpatía. Además, era culto y educado en finura para los momentos en que desempeñó su labor. Sabía leer y escribir con cierta soltura.

La fecha clave de su existencia guarda relación con el deceso de su mujer, puesto que entonces decide mudar del modo de vida sedentario a otro opuesto, convirtiéndose en vendedor ambulante. Vendía y traficaba (incluso con Portugal) un tipo de género que le supuso lograr una fama apreciable en Galicia: grasa humana.

Su suerte cambió al ser acusado de matar a un alguacil, cerca de Pardavé (León). El criminal había sido denunciado anteriormente por un comerciante ponferradino (el señor Sardo), ante el impago de una serie de deudas y partidas (cuyo importe ascendía a 6.000 reales).

Fue ajusticiado y declarado «en rebeldía» posteriormente, huyendo de su reclusión y refugiándose en un pueblo abandonado hasta que - pasados unos cuantos meses - torna a aparecer en la localidad de Rebordechao.
Este sería el inicio de una trayectoria delictiva impensable: cometió múltiples asesinatos (se cree autor de nueve), siendo sus presas fundamentales mujeres y criaturas.

La personalidad patológica de Romasanta señala, a partir de informes y estudios de especialistas, que su mente se hallaba enferma: mantenía que irrefrenablemente se transformaba en un «salvaje hombre-lobo», coincidiendo con la fase de luna llena. Tenía la íntima convicción de que ello era producto de un encantamiento o sortilegio que le había inferido una «meiga».

Entre los proveedores «de su negocio» era habitual que se incluyera el dueño de una tienda ubicada en la Calle del Reloj de Ponferrada (sita en las inmediaciones del Edificio ocupado hoy por la Cámara de Comercio). El ligamen que unía a ambos comerciantes era estrecho, ya que hasta sus hermanos pasaron en algunas ocasiones a saldar sus facturas. Como hecho notorio destaca también su presencia constatada, como peregrino, en el Monasterio de Carracedo (mayo de 1839, junio de 1841 y enero de 1842). Esta permanencia presencial (en calidad de residente esporádico) se refuerza mediante su forma de actuar de intermediario: prometía a sus vecinos la oportunidad de una vida mejor si le acompañaban a Santander. Se ha puesto últimamente en duda que sus asesinatos más crueles se efectuaran en la Sierra de San Mamede (Ourense), adquiriendo carta de verosimilitud la hipótesis de que se perpetraran en los bosques bercianos (donde se encontrarían enterradas las víctimas).

El accidente en el túnel 20


El acceso a nuestra comarca es dificultoso, a causa de su orografía accidentada. El itinerario, entre la Granja de San Vicente y Torre del Bierzo, lo escarpado del área a considerar exigió proyectos de obra con multitud de túneles.Y, justo en alusión a esta cuestión, se recuerda todavía una habladuría rural que sitúa en mala posición a los técnicos expertos. En mis años de infancia se afirmaba que los ingenieros del Estado no sabían a ciencia cierta ponderar la opción mejor . La solución, fruto de unas discusiones casi interminables, la verificaron después aprovechando la ruta seguida o sugerida por un pastor.

Cual arrieros, o más bien zagales cuidando su rebaño, mandaron que el conjunto de un colectivo ovino-caprino se encaminara en sentido Galicia y encontrara así la manera más cómoda de alcanzar su destino anhelado. Y añaden los más avezados que, aplicando el método instintivo, sugirieron estos animales el llamado ‘túnel del lazo’ (una curiosa aportación que asimismo suponía abrazar la falda de una montaña abarcándola a la altura de dos cotas distintas).En él se produjo un accidente que encabeza el triste y negativo ‘ranking’ en los anales de la circulación del ferrocarril español. En cuanto a víctimas, silenciada su auténtico cómputopor la censura y el férreo control de la dictadura franquista, perecieron entre 250 y 500 pasajeros. La mayoría de las investigaciones han derivado en conclusiones incontrovertibles. Otras, se mueven en el campo del misterio.

La efémeride dramática y dantesca (el 3 de enero de 1944) quedaría para siempre en el subconsciente de las gentes y, en el marco esotérico, se ha intentado adicionalmente arrojar luz alrededor de lo adivinado por el revisor, como una profecía.
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