Enigmas de leyenda (I)

Todos los pueblos que se precien han sublimado siempre algunos aspectos de su pertenencia a un grupo extenso, de tal manera que referentes genuinos se plasman en su subconsciente imaginario

Marcelino B. Taboada
16/04/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Si hay algo legendario y enigmático en el Bierzo son sus paisajes.
Si hay algo legendario y enigmático en el Bierzo son sus paisajes.
La elección de los motivos genuinos en función de diferenciales consolidan una especie de sentimiento afectivo general y son los cimientos que se hallan en el fondo de cada civilización o nacionalidad. Estos trazos culturales añejos toman razón de variadas circunstancias, sentidas e interiorizadas a través de los tiempos: victorias o derrotas bélicas, personajes elevados a la categoría de ejemplares y a imitar, recuerdo de antiguos imperios,… que incluso dieron lugar a géneros y obras clásicas e insuperables: la Ilíada, As Luisíadas, Cantares de gesta, las Guerras de las Galias, los tratados sobre Napoleón Bonaparte, la Revolución francesa, el Cid Campeador (por lo que respecta a nuestro entorno más cercano). Trataré de glosar la faceta épica en torno a ciertos episodios desarrollados en nuestro ámbito comarcal, aderezados a su vez con una notable dosis de disquisiciones y suposiciones imaginadas, comenzando a realizar un recorrido cronológico que en este primer capítulo se centrará en la resistencia de las tribus prerromanas a su aculturación, en escaramuzas habidas contra el dominio musulmán en nuestros lares y en la figura incomparable y única del denominado Conde Gatón,en su función de azote de las hordas islámicas y liberador también de un sinfín de lugares, allende nuestras fronteras.

El Monte Medulio

Es conocido lo que los cronistas romanos (Estrabón, Herodoto, Plinio,…) comentaban de los pueblos irreductibles del norte hispánico: tribus cántabras, astures y del área galaica, denominadas bárbaras, rudas y hasta cierto punto violentas. Como muestra de su bravura y rebeldía sirvan estos dos hechos reseñados: Cuando el jefe guerrero moría, sus más allegados y subordinados se dejaban matar o se suicidaban. Cuando una mujer cántabra alumbraba, abandonaba su lecho y lo cedía al hombre que simulaba el dolor y padecimientos propios del parto y era objeto, asimismo, de múltiples cuidados (la ‘covada’). Esta es una de las variadas señas o detalles antropológicos que inducen a pensar que estas sociedades rudimentarias se caracterizaban por un «matriarcado» radical. En este enclave se desarrolló la última batalla de los lugareños del norte contra los invasores romanos. Era el año 22 a. d. C. y, tras esta masacre bélica, se completó la romanización de la Península Ibérica. Su ubicación es muy discutida y controvertida, aunque nosotros daremos argumentos suficientes al objeto de concluir que esta contienda o confrontación, mediante un asedio férreo y prolongado, acaeció en la Sierra de la Lastra (dominios de A Portela de Aguiar y Santo Tirso de Cabarcos, en El Bierzo de Sobrado).

Nos tomamos la licencia de traducir la narración de un comentarista, geógrafo, cronista e historiador romano: «Por último, tuvo lugar el asedio del Monte Medulio sobre el cual, después de haberse cercado con un foso continuo de quince millas, incursionaron a un tiempo los romanos por todas partes. Cuando los bárbaros se vieron reducidos a extrema necesidad, a porfía, en medio de un festión, se dieron la muerte con el fuego, la espada y el veneno que allí acostumbraban a extraer de los tejos. Así, la mayor parte se libró de la cautividad, que a una gente hasta entonces indómita parecía más intolerable que la muerte».

Al hilo de la precedente noticia, se concreta el estado la estupefacción y asombro del ejército romano: «Cuando los romanos fueron llegando y perplejos fueron encontrando cantidad de lugareños, bravos y fornidos guerreros inertes en el suelo junto a sus familias, algún romano incrédulo comenzó a clavar su lanza en los diferentes cuerpos que iba encontrando, como para asegurarse de que realmente se habían suicidado».

Los lugares propuestos


Existe verdaderamente una discrepancia respecto al lugar concreto en que se desarrolló «la postrera acción definitiva en la campaña de la conquista de España» por parte del Imperio Romano. Se ofrecen débiles razonamientos para mantener su localización en el Conceyu de Lena(Asturias), los Montes Aloia (Tui), Santa Tegra (A Guarda),…

Sin embargo, todos los pronunciamientos más eficientes y fiables señalan que el sitio más probable -y avalado por una serie de argumentos y consideraciones lógicas- se encontraría en un área orientada hacia la Sierra de La Lastra (El Bierzo, en la ‘raya’ fronteriza con Ourense). No se debe descartar totalmente, no obstante, el Monte Cidio (en la Sierra del Caurel) por diferentes indicios y muestras: hallazgo de cerámica, un águila imperial con estandarte y una tesla de hospitalidad de la época. La etimología de la denominación nos dirige, adicionalmente y por otro lado, al término ‘occidere’ y a sus derivados: matanza, masacre…

Basamos nuestra apuesta clara y contundente por la Sierra de la Lastra en reflexiones y datos físicos contundentes: En estos parajes encontramos vestigios de calzadas romanas y restos de los quicios de las puertas de los hogares primitivos. El topónimo -normalmente- tendría algún contacto y relación con la zona próxima, vital económicamente para los conquistadores (Las Médulas). Por tanto, la interpretación se reduciría a «lontananza desde donde se divisan o se accede a Las Médulas». La tesis de que los romanos confundían al Sil con el Miño es inverosímil y capciosa. Unos hombres, tan curtidos en la organización de expediciones castrenses e incursiones casi interminables, eran acompañados casi siempre por cartógrafos, geógrafos-topógrafos y estrategas que estudiaban y medían previamente el terreno y las distancias. Por último, en mi opinión, Cabarcos procedería del vocablo gallego ‘cavorco’ en su acepción de barranco o precipicio.

Las tierras de La Lastra berciano-valdeorresa se identifican por su orografía quebrada, con material cálcico incrustado e interesantes desniveles. Posteriormente, ‘cavorco’ se asimilaría al castellanizado caborco y se aplicaría también a caminos (corredoiras, bastante intrincadas y difíciles de transitar). Por añadidura, la palabra caborcos -por traslación- podría aplicarse o identificarse con cuevas, huecos o ‘barroncas’ y argayos (desprendimientos locales de la parte superficial del suelo).


La Charrasca del Conde Gatón


Cuando las hordas de sarracenos invadieron la Península Ibérica no encontraron apenas oposición, debido a la gran división que existía entre los señores que la dominaban. Uno de los pocos puntos donde hallaron alguna resistencia fue precisamente en El Bierzo.

Nuestros paisanos, ante la clara superioridad de sus contendientes mahometamos, optaron por retirarse a uno de los valles en los que se sentirían protegidos para reagruparse. Una vez reunidos todos los hombres en los parajes de Paraxís (Balboa), bajo las órdenes del Conde Gatón, buscaron la manera de iniciar una contraofensiva.

Así, en las inmediaciones de un curso de agua, fueron arengados por el Conde berciano. Este noble era extremadamente fuerte y decidido. Prueba de ello fue que, en un ataque de ira y delante de sus huestes, sacó su espada (la ‘charrasca’) a fin de asestar un golpe ejemplar y decisivo.

En su trayectoria se interpuso, sin embargo, un carballo (el carballo de ‘Paraxís’), partiéndose en dos su particular e inseparable arma con una enorme violencia. De este árbol nadie es capaz de dar noticia alguna sobre su localización. Por otra parte, se creía que el libertador berciano era un guerrero avieso y que mantenía algún pacto con el maligno. De hecho, ‘gatón’ era -en aquella etapa, según testimonios- una forma de denominar al demonio. Sus súbditos le temían pues su fama de vengador estaba bastante extendida.

En este terreno, cabe aludir a que en la ermita de Paraxís se adora al ángel malo. Es de los pocos lugares en que ocurre esto. La talla demoniaca se halla en tono amenazante. Algunos consideran que, en cierto modo, esta imagen tiene relación con el apelativo del Conde, es decir, ‘Gatón’ o diablo.


Invasores ‘árabes’ en Toreno


A principios del siglo VIII y todavía cuando vivía el último rey godo, don Rodrigo, habitaba el palacio de esta noble villa el intrépido y valeroso caballero don Lope González. Transcurría por entonces el año 720, segundo del reinado del reconquistador y héroe y caudillo resistente don Pelayo. En esta incipiente época de reconquista se hallaba en pleno desarrollo el avance de los moros hacia los agrestes montes de Asturias y Galicia y, en esta tesitura, se produjo un intento táctico y tímido de penetración por muchas partes a la vez. Del conjunto de los objetivos perseguidos con mayor énfasis, el que precisaba de un mayor contingente de huestes norteafricanas se correspondía con el que se dirigía a la cueva de Useña. Y la historia prosigue en estos términos, transcritos y copiados literalmente:

«Otros fueron a la provincia del Bierzo, donde hallaron el río que llaman el Sil, poderoso, el cual tiene algunos puentes hechos de cal y canto. Dizen ser obras de Hércules, donde hallaron en algunos de ellos, para el paso, resistencia de los cristianos que allí habitaban naturales, entre los cuales una de ellas fue la villa de Toreno, donde vinieron cantidad de moros para ganarla y poder pasar por aquel valle a Hervás y Asturias. Y los de aquel lugar, ques cerca del río, -donde había una torre y había cuerpo de gentes-, tenían su reparo y guardia al cabo del puente, por donde habían de venir los moros. Y una madrugada, antes del día, llegaron. Y en esto, los cristianos, repentinamente, con tanto alarido, desampararon el rastrillo y volvieron corriendo a la torre, donde uno de los que allí estaban quedó solo, con gran ánimo y esfuerzo, con un venablo en la mano y dando grandes voces, a las quales desampararon, diciendo: ‘¡Vuelta Vuelta….¡’ Los cuales, de vergüenza volvieron y defendieron el puente y todo aquel paso, por donde los moros por allí no pudieron pasar ni entrar, y fueron el río abajo hacia Galicia, hasta el valle de Boizas, donde se les hizo de otros valerosos cristianos resistencia, de manera que no hicieron nada.»

Sabida pormenorizadamente esta gesta belicosa por el rey, este le dio a este esforzado caballero de Toreno por armas la dicha torre y puente y 33 estrellas de oro en campo azul y unas como estacas verdes de puntas sangrientas, puesto que justamente se defendieron con ellas. Y les quedó aquel grito de batalla -’Vuelta, Vuelta’-, al revés de lo que pretendían en principio no se evidenciara y para siempre. Y también los descendientes de aquel hidalgo hasta hoy conservan por sobrenombre o apodo esta palabra tan popular: ‘Buelta’. Esta hazaña y el subsiguiente título, otorgado por las energías que demostró con coraje don Lope para que sus hombres diesen aquella vuelta, mereció ser reconocido por Cédula Real y comportaba su transmisión sucesoria y legado en el seno de este linaje, debido a lo que -a partir de entonces- lo llevaron con honor todos sus herederos. La batalla propiamente dicha (algunos la ubican en el lugar conocido como la ‘Matanza’, lugar situado entre el actual Alinos y Matarrosa, hoy registrados a modo de linares de esta segunda localidad) pasó a constituirse en un relato oral acendrado, a través de muchas generaciones. Pero, ateniéndonos a la ubicación y descripción del puente y la torre, ese escenario de disputa de tipo militar era realmente Toreno.
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