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¿En qué momento se jodió León?

05/02/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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La muerte del pintor Manuel Jular esta semana en León me ha traído a la memoria el recuerdo de unos años –la década de los setenta– en los que la provincia, como toda España, salía de una dictadura para entrar en la democracia en medio de turbulencias. No idealizaré yo aquí como es la costumbre los años de mi juventud, que viví en esa época de transición tan peligrosa como divertida de la que Manuel Jular fue en León una de las imágenes más representativas (la imagen del comunista que no negaba su filiación, que, al contrario, paseaba con orgullo por las tabernas del Barrio Húmedo siempre rodeado de chicas jóvenes, lo que acrecentaba su popularidad) sin enterarme de mucho de lo que sucedía pero participando de aquella fiesta en la que la política y la diversión se entreveraban del día a la noche sin interrupción, pero sí evocaré aquella efervescencia cultural y popular que bullía como en una olla. De un lado a otro de la provincia, el pulso de León latía con fuerza y por todas partes surgían iniciativas de todo tipo con el denominador común de la combatividad. Daba igual que fueran periódicos que grupos de teatro, exposiciones de arte que conciertos, recuperaciones de tradiciones prohibidas como el Entierro de Genarín que asociaciones contra tal o cual imposición del Gobierno.

Hubo un momento, sin embargo, en el que todo aquello se desvaneció. No sólo la efervescencia política, también la cultural y social comenzaron a remitir y a desvanecerse y León entró en un declive que hizo que la provincia perdiera fuelle en todos los frentes de su actividad y cuyo final no se atisba aún. Al deterioro de sus estructuras básicas económicas –la minería y la agricultura principalmente– se unió el impacto negativo que para la consideración emocional de los leoneses supuso la anexión a otra región sin previa consulta a la gente en el nuevo mapa autonómico, provocando una depresión social que se advierte en cuanto uno vuelve después de un tiempo, lo mismo a la ciudad que a cualquier pueblo o villa de la provincia. Cualquier tiempo pasado fue mejor cabe decir a la vista de lo que va contradiciendo lo que uno piensa de la historia de los países y hasta de la de sí mismo, independientemente de la juventud perdida.

Hace ya años, mi amigo el historiador Secundino Serrano, uno de los compañeros de andanzas y de aventuras festivas y tabernarias de los setenta (también de las universitarias), escribió un artículo en el periódico predecesor de éste cuyo título, remedo del que Mario Vargas Llosa dedicó al Perú, debería figurar como cabecera en todos los domicilios de los leoneses y en todas las oficinas y puestos de trabajo como recordatorio: ‘¿En qué momento se jodió León?’ Se lo tomo hoy prestado a la vez que recomiendo su lectura (está en ‘Las heridas de la memoria’, de la Editorial Eolas) para nombrar con él la melancolía que el recuerdo de épocas más brillantes para León me produce.
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