El síndrome del predicador

11/10/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Cuentan la historia de aquel predicador que queriendo estar cerca de sus feligreses, ganaderos de unpequeño pueblo de montaña, se le fue un poco la mano al acercar la palabra de Dios a los asistentes a la misa del día de Nuestra Señora. «La Virgen es lo más grande que hay, no sé cómo deciros para que lo entendáis, es como el gocho, que se aprovecha todo de él, no se tira nada». Se le fue un poco la olla pero quedó claro lo que les quería decir sobre la grandeza de la figura de la Virgen.

Quisiera haceros entender la imaginación de las buenas gentes de nuestro ámbito rural para que todo sea aprovechable, que cualquier hueco sea trinchera, un elogio de la practicidad. De esos paisanos con madreñas en verano que se atan la funda con una cuerda, que convierten una pared en banco, que toman el sol sobre un tronco, que nunca les falta una navaja en el bolso para hacerse con una vara que les acompañe en el paseo, que inventan una tranca con un palo, que hacen de la campanilla timbre... Bien es cierto que a veces se les va la mano en los horrorosos cierres de prados con los viejos somieres, con lo bien que quedan tres palos.

Pero Mauri me vuelve a poner el cebo con la imagen, a ver si padezco el síndrome del predicador y me vengo arriba con la fotografía haciendo un encendido elogio de los cuernos.

Y os digo una cosa, de los de vaca, sin ningún problema.
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