jorge-frances.jpg

El silencio roto

22/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Hay silencios de cristal que se parten en mil pedazos, que se rompen para siempre. Hay voces, palabras, melodías o incluso respiraciones que son capaces de despedazar el mundo según lo conocíamos hasta entonces e inmediatamente construir otro exactamente igual que nunca será ya el mismo. No hay nada más satisfactorio para alguien que ordena palabras, sea con intención periodística o literaria, que encontrar silencios injustos, incómodos, olvidados y apalearlos hasta dejarlos irreconocibles. Que cuando vuelva la calma, porque el silencio siempre vuelve, uno se sienta cómodo y acompañado, comprendido y escuchado.

Durante los últimos nueve meses nos hemos convertido en cazadores de silencios allá por el páramo que empieza en Valladolid y viene a morir a tierras leonesas. Guillermo Garabito, Carlos Barcenilla, David Vila y el que firma arriba. Siguiendo las huellas de Antonio Corral Castanedo hemos recorrido los Montes Torozos y la Tierra de Campos dándonos cuenta desde el principio que era un sendero alejado del bullicio ruidoso de la ciudad. En el silencio de una historia que va llenando los cementerios y que necesita un «arca de la memoria compartida», que le gusta decir a Guillermo. ‘Donde vivo y muero’ es una película documental que estrenamos este martes y que recoge todo ese trabajo, que no es más que un puñado de granos que aportar al granero que unas décadas atrás hicieron ilustres como Joaquín Díaz, José Delfín Val, los Candeal o el propio Corral Castanedo. Recorrer pueblo a pueblo, como en su ‘Villa por villa’ y beber la esencia verdadera del mundo rural, de su alegre melancolía por la que pasa el tiempo y se apagan cada vez más chimeneas. Es necesario aprender el territorio en las plazas, en los polletes, en aquellos libros y en los talleres de los artesanos. Mucho mejor que en los despachos que no han sabido escuchar y menos tratar la agonía del mundo que se extingue más allá de las autovías.

Es la historia de un paisaje que reniega de su abrumadora belleza, de unas villas que asumen con resignación que fue en otro tiempo cuando se repartieron el mundo o educaron reyes. Erguidas las torres de sus castillos y cerradas las puertas de sus iglesias saben esperar pacientes a cualquier paseante que quiera escuchar. Un relato tan parecido como uno a sí mismo para decenas de comarcas de la España interior que también conviven a diario con el silencio pegajoso de la desesperanza. Lugares de inviernos duros pero donde en marzo vuelve la primavera. Y un autor, Antonio Corral Castanedo, tan abandonado como tantos otros en los estantes altos y llenos de polvo de las bibliotecas. Es necesario y urgente un inventario de imprescindibles que rescatar de los desvanes que devuelvan el orgullo por cada tierra chica. Un orgullo sin nacionalismos pueriles y totalitarios que sepa definir quiénes somos y permita volver a abrirle las puertas al futuro sin la tentación de traicionarnos. «Hay que querer el sitio en el que se vive» dice Joaquín Díaz en el documental. Esa es la lucidez que arranca todas las mordazas.

Hay que romperlo bien roto, como lo rompe estos días la tormenta. Que el silencio siempre vuelve.
Lo más leído