El río del buen rollo

Crónica del Fiestizaje, el festival de música y culturas del mundo de Villfranca, que se prolonga durante la jornada de este domingo

MarcosYebra | @marcosyebra
16/07/2017
 Actualizado a 12/09/2019
Uno de los puestos del Fiestizaje y centenares de visitantes en Villafranca. | M.Y.
Uno de los puestos del Fiestizaje y centenares de visitantes en Villafranca. | M.Y.
Acercarse estos días a Villafranca del Bierzo es encontrarse con una «cola de furgonetas, caravanas, perros y buen rollo», o al menos eso es lo que asegura un sonriente octogenario que se pasea por la playa fluvial de la villa ataviado con un look moderno, exceptuando su bastón.

Es el Fiestizaje, un evento musical y cultural que surge en 2004 y que reúne durante tres días ininterrumpidos a gente muy diversa, pero con un objetivo común, divertirse y aprender alguna lección de las que se imparten en los talleres organizados o directamente de las que surgen en el propio lugar de acampada. Al más puro estilo hippie.

Ya solo con estas palabras podemos darnos cuenta de lo que nos vamos a encontrar allí. Si creéis que os vais a encontrar hippies, tardíos, tempranos o de cualquier otro tipo, ese es el lugar. Pero no solo ellos habitan este fin de semana la localidad natal de Enrique Gil y Carrasco. Otros cientos de personas que lo único que buscan es contagiarse del espíritu reinante a orillas del río Burbia, lugareños o llegados desde cualquier otro punto cardinal se reúnen con tan solo una toalla en el césped y una botella de algo que les ayude a combatir el calor, aunque son muchos los que se deciden a darse un chapuzón en las frías aguas del río villafranquino.

Nunca había visto hasta hoy un perro con rastas, o algunos de los juegos de malabares que traían sobre todo algunos de los habitantes de la aldea de Matavenero, un pueblo reconstruido y poblado por gentes con esa filosofía de vida que tanto fijamos al estereotipo hippie. Los niños corrían libres por la playa, ataviados con un bañador, o sin él, o como algunos otros adultos para escándalo de algunas de las señoras que miraban desde la otra orilla.

Una de ellas, a modo de avanzadilla supongo, entró en la playa y se puso a dialogar muy correctamente con ellos. Pero al final, cada uno se fue por su lado como había llegado, sin taparrabos y con indignación, pero con respeto. Porque hablando con los villafranquinos, pocos son que se molestan por la presencia del festival, la gran mayoría aplaude el respeto de los asistentes y agradece que este sitúe a Villafranca del Bierzo en el mapa de nuevo.

Y el evento no solo era fiesta o reuniones de amigos, sino también algo más cultural con los talleres de danza y percusión africana, con la coreógrafa de danza africana Eva Azevedo, batucada o por ejemplo sobre el uso de las bitcoin, una moneda virtual y global que pretende sustituir al dinero contante y sonante de aquí a unos años.

En la playa sonaba música, y no crean que era una música poco familiar. Era fácil de bailar, solo hacía falta dejarse llevar, eran ritmos fáciles, pero entre medias se podían escuchar canciones comerciales, como cumbias o incluso una versión de una canción que ya tiene algún verano ‘El Taxi’. Cerca del escenario la gente bailaba, unos metros más atrás la gente se bañaba en el río, y hacia el final de la playa fluvial la gente bebía. El césped estaba rodeado por tiendas de mercadillo cubiertas de pulseras, bolsos, atrapasueños… y muchos otros tantos objetos hechos a mano.

Para definir a esas personas de todas las edades, nacionalidades e ideas, me quedo con la de una mujer de unos cuarenta y muchos con la cara pintada y cubierta con un fular; «somos seres humanos que buscamos compartir nuestros sentimientos». La verdad es que una frase muy parecida a esa ya la utilizó un político gallego no hace muchos meses, pero dudo que tenga el mismo significado.

Cuando se pone el sol, la fiesta se traslada al centro de la villa del Burbia, a un escenario con grupos como Abrakabalkan, Papawanda o Tony Sabandija, llegando a contar hasta unos veinte grupos que participan de forma altruista. Uno de ellos, Candeleros, agradeció la iniciativa del alcalde de mantener año tras año el Fiestizaje que esta vez tocaba ya la decimocuarta edición. También sorteaban cada noche un djembe, un tambor africano, para colaborar con Casa de las Artes Tradicionales y Contemporáneas de Abidjan en Costa de Marfil. El objetivo era que los niños de la aldea aprendieran a tocar instrumentos musicales y no dejarse captar por los grupos armados.
En cuanto a cifras, durante el día ocupaban la playa fluvial y los alrededores del río unas seiscientas personas. Y por la noche el balance de bajas se hacía notar, pues unas ciento cincuenta personas se batían en retirada para descansar de estos días de fiesta, y afrontar el último, el domingo, con más ganas.

La Cruz Roja, que supervisaba el evento día y noche, solo cuenta asistencia por pequeñas heridas como cortes en el río o mareos, nada reseñable.

Bien entrada la noche, y entre concierto y concierto, se abren puestos de pizza artesana, hamburguesas de avena… y un largo etcétera para reponer fuerzas. Y es que con ese ritmo solo unos pocos aguantarán hasta el final, como reconocía un grupo de amigos el primer día, porque nunca habían llegado al tercer día de festival.
Para quien llegue, este fomingo, desde las 12:00, las actuaciones de Pablo Parra, Pachamama Foundation, Tres Tristes Tigres, Buntaka + Djam y el Finstizaje.
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