El reclamo de la épica

28/02/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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León fue del boxeo. O de Roberto Castañón, que arrastró a otros nombres que aún recuerdan los aficionados: Josines, Puñales...

León llenó el Palacio, veladas, campeonatos de España, de Europa, leyendas, noches... Hasta que un día el campeón que tenía Europa a sus pies cruzó el charco como otro indiano valiente y un tal Coloradito nos lo devolvió como una imagen que se sumó a los recuerdos de los leoneses: aquellas portadas de la prensa con los ojos negros, un paisano de Puente Castro detrás de unas gafas de sol... Y todavía insistió otra vez.

Era la épica del boxeo, la misma que tantas obras maestras del cine negro dejó en nuestras retinas. Y tantos lloros de mitos rotos.

El boxeo cayó en desgracia. León ya no tenía campeones y las veladas, las pocas que hubo, eran otra historia, sin gafas de sol, sin épica, sin cine, sin chicas que paseaban el número del asalto entre los silbidos enfervorecidos de una encendida grada... Son los tiempos. Castañón pasó a ser un trabajador municipal y alimento de noticias no deportivas.

En esos otros tiempos aparece Saúl. Otra historia. Un Huracán de apodo y de forma de entender la vida y el boxeo. Un vendaval que se lleva por delante a Maravillita y sigue la senda de los campeones de España que abrió Castañón y por la que paseó Moreira. Pero... aquella noche con Mocho, aquel coágulo...

Casi le roba la vida pero alimentó esa dura épica del boxeo, como alimentan las cornadas la del toreo. Por eso, por esa épica, por la emotividad, por la batalla, por la solidaridad... el pabellón parecía el de los mejores tiempos.
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