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El mundo de hoy

21/01/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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"De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos". Son las palabras que dejaba escritas para la historia un refugiado europeo en Brasil y que leía al comienzo de esta heladora semana. «En todos los países desconfiaban de esa ‘clase’ de hombres de los cuales, de repente, yo formaba parte: hombres privados de derechos y sin patria, a los que, en caso de necesidad, se podía expulsar y devolver a su país como a los demás, si se convertían en una carga o permanecían allí demasiado tiempo», contaba. El nombre de este refugiado era Stefan Zweig, y el escritor austríaco judío describía este desarraigo en su libro El mundo de ayer, el último que escribió antes de suicidarse junto a su mujer Lotte en 1942, convencido de que el nazismo vencería y de que el futuro de Europa era una «larga noche».

La nieve no caía en Petrópolis mientras Stefan y Lotte morían, pero sí lo ha hecho estos días en los campos de otros refugiados que precisamente quieren entrar en esta Europa de la que tampoco hoy el escritor podría sentirse demasiado orgulloso. Tal vez alguno de ellos esté escribiendo también un libro, uno que tenga la fuerza de la verdad y que perdure. Lo leeremos dentro de unos años como perteneciente a un «mundo de ayer» y nos echaremos las manos a la cabeza como si no hubiéramos estado aquí y ahora, viendo la barbarie.

El boletín de noticias que Médicos sin Fronteras envía siempre a sus socios llegaba este viernes al correo electrónico. Narraba una situación desoladora: muertes por hipotermia, campos hacinados en las islas griegas y personas que duermen en edificios abandonados en Belgrado, con temperaturas de veinte grados bajo cero.

Al cerrar el correo y volver a lo cercano, que la nieve sea noticia aquí parece casi una broma. Y lo confirmas: esas fuentes heladas, esas fotos del termómetro del coche y los whatsapp de la Frioconda son, claro, una broma. Un motivo para reír, que no está mal. Después se piensa otra vez en los refugiados y la sonrisa se congela. Ellos, hombres y mujeres jóvenes, también querrían estar aquí, con la Frioconda, mientras que los que están no dejan de irse: 5.791 personas el año pasado en una provincia cada vez más vieja.
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