30/06/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Siempre he sido tranquilo. Y así sigo después de no haber ejercido por vez primera mi derecho al voto. Pensé que a última hora me arrepentiría y acudiría raudo y veloz al paraíso redipollejo para depositar la papeleta, pero no fue así.

Y tranquilo he podido analizar los resultados electorales (es una suerte escribir los jueves en ocasiones como ésta) a fin de aportar algunas claves. La primera conclusión extraída tras la cita con las urnas es que hay mucha más gente dispuesta a votar con la pinza en la nariz en la derecha que en la izquierda.

El inane ganador ha logrado su principal objetivo, que muchos españoles le viesen como el mal menor y que no tuviesen en cuenta que la recuperación económica sólo llega por ahora a los titulares de los periódicos ni los vomitivos casos en los que muchos de sus compañeros no sirven a la cosa pública sino que se sirven de ella con alevosía.

Peor aún están los perdedores, que quizá no sean inanes pero dan sobradas muestras de indigencia política. El socialismo impersonal de Sánchez sigue en caída libre, ha reventado el partido y sólo ha conseguido salvar los muebles gracias al creciente delirio podemita. ¿Se lo imaginan dentro de seis meses diciendo que sale a ganar las terceras elecciones? Yo no.

Y nos queda el eterno equilibrista naranja, que no se moja ni en la piscina y se contradice cada dos por tres. No habla de sillones, pero instantes después recita los ministros a los que quiere desterrar.

Ante este panorama, me cuesta creer que haya un mal menor para España.
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