El idioma de las flores

El espectáculo floral del Jardín de La Alameda en Villafranca y los esfuerzos para hacerlo en 1882, hacen de ese espacio un lugar amado por los propios y aplaudido por los que llegan

Ramón Cela
12/02/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Foto de Ramón Cela que destaca el paisaje floral de La Alameda de Villafranca.
Foto de Ramón Cela que destaca el paisaje floral de La Alameda de Villafranca.
De muy antiguo le viene a Villafranca del Bierzo la tradición de ser considerada la población más amante de las flores en la provincia de León, de tal manera que ya en el siglo XX en una aportación voluntaria y muy generosa por parte de todo el vecindario, se inauguró el Jardín Romántico que luego tomó el nombre de La Alameda.

No solamente era el Castillo de los Condes de Peñaramiro el que ostentaba un hermoso jardín, sino que también lostres conventos de monjas disfrutaban de uno propio, como poco después lo hizo el Convento de la Divina Pastora quizás con un poco de envidia a la vista del que ostentaban los Padres Paúles.

Naturalmente, las familias de abolengo, que eran muchas en aquella época, disfrutaban de uno propio y rivalizaban en poseer las flores más exóticas, mientras que casas blasonadas y palacios exhibían en sus balcones o corredores gran cantidad de macetas que eran la admiración de propios y extraños, por lo que no fue difícil aunar esfuerzos e implantar en el año 1882y justo en medio del pueblo un jardín que desde sus comienzos y hasta el día de hoy fue y será una de las mayores prioridades del Ayuntamiento.

Siempre tuvo un jardinero La Alameda, encargado de su mantenimiento, pero nunca se regateó el más mínimo esfuerzo para que el Jardín Romántico de La Alameda, fuera el lugar más cuidado de la villa.

La plantación de los negrillos estaban muy en boga en aquellos tiempos y con el paso de los años, llegó a ser, posiblemente, la mayor concentración de este tipo de árboles en la provincia, de tal manera que cuando los árboles centenarios cogieron la enfermedad que asoló la comarca y fue necesario su corte y desaparición, fueron muchos los villafranquinos que derramaron lágrimas de pena al ver como las sierras acababan con aquellos árboles tan emblemáticos con los que tantas historias de ilusión y amor habían compartido.

No podemos obviar,lafuente central de estilo romano, llamada vulgarmente La Meona, pero tan querida por todos que difícil mente cualquier villafranquino pueda olvidar cuántos caños y caras por donde expulsa el agua ,tiene la cascada aunque por circunstancias de la vida haga muchos años que no lacontemplanfísicamente.

Mi siempre recordada madre decía con cierto orgullo que su abuelo la había traído en su carro desde el Monasterio de Carracedo. Lo hizo cuando la desamortización, con otrascosas para particulares de todo el Bierzo, porque su carro era el más fuerte y tenía dos yuntas de bueyes.

Cuando se hizo el jardín fue necesaria la colaboración de aquellos que disponían de carros con el fin de traer tierra de otros lugares para rellenar elenorme desnivel que había, así como muchos brazos para cavar y mover aquella cantidad de materiales que representaban tantos metros cúbicos, que en los tiempos actuales, no sería un problema excesivamente grave, pero sí hace dossiglos, por esta razón y otras muchas, las gotas de sudor con que están regadas las tierras del Jardín de La Alamedahacen que los villafranquinos amemosde forma extraordinaria este rincón donde todos hemos experimentado nuestros primeros momentos de amor juvenil. Pero no sólo son las vistas y el olfato de las hermosasflores que en cada estación se produce en el Jardín Romántico de La Alameda.

Lo que queda en la mente de todos los que viven en Villafranca del Bierzo essiempre el afán de contribuir con adornos de flores.

Los balcones de las fachadas tanto humildes como opulentas, lucen cargados de ellas, por eso a nadie extraña que el viajero haga continuos halagos del maravilloso mundo de la botánica que se puede observar, no solo en la cabeza del municipio sino también en los pueblos que lo componen, lo que dice mucho sobre las gentes que los habitan.

Todo esto, unido a la monumentalidad que posee la llamada Pequeña Compostela, sin duda hacen pensar que aquella que fue Capital del Bierzo y Valdeorras, se merece mucha más atención por aquellos a quienes corresponda.
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