mirantesb.jpg

El campo no es para ellos

16/01/2017
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Recuerdan a Paco Martínez Soria contemplando medio asustado esos enormes y extraños edificios de la ciudad. Parados en mitad del pueblo sujentando con ambas manos una ‘tablet’ enorme, preparados en muchos casos como que fueran a subir el Kanchenjunga, haciéndole fotos a una oveja, pero guardando las distancias, no sea que el bicho se arranque y les haga algo. Son los que se ahorran decir el «respira, hijo, respira, que esto aire puro» por no caer en el cuñadismo, pero lo piensan y no pueden reprimir la queja la segunda mañana al hospedero de la casa rural «vaya pulmones tiene ese gallo». Los mismos que piden «pan de pueblo» y ensalzan la hogaza como que fuera un manjar exclusivo del campo vetado a las ciudades que, al parecer, no tienen panaderías donde sirven cada día bien temprano esos panaderos de pueblo. Son los mismos que luego ponen cara de asco cuando tras mucho insistir les sirven la leche, sin otro proceso que el hervido, con una buena capa de espesa y aromática nata flotando en un líquido que tira más a amarillo que a blanco. Se ponen de los nervios por la falta de cobertura y se pasean por los altos como la estatua de la libertad estirando el brazo hacia el cielo pendientes de cuántas rayas tienen.

Y antes de marcharse, sin dejar de empujar las maletas o a la vez que bajan el portón del maletero, recuerdan a los aborígenes la suerte que tienen de vivir en un sitio como ese con tantas cosas bonitas. Luego no miran atrás y en cuanto pueden enfilan la autovía.

Las tornas han cambiando, me explican mis mayores haciendo guardia junto al alambique, se reían de nosotros hace años cuando íbamos a la ciudad y hay que verlos ahora a ellos cuando vienen aquí. La fractura entre lo rural y lo urbano es cada vez más ancha, replico con malas intenciones. Se hace el silencio. Anda, calla y prueba, me sentencian, que eres todavía peor que ellos.
Lo más leído