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El callejón más deseado

27/06/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Hoy vuelven los toros al coso del Paseo del Parque, como dicen los entendidos. Pero a diferencia del pasado año en el que se colgó el cartel de «no hay billetes», fundamentalmente por la presencia de José Tomás, este año mucho me temo que les costará llenar las gradas.

Lo que doy por supuesto que se llenará hasta la bandera es el callejón de la plaza. Porque en León, el mayor deseo es estar en el callejón y tener un «pase de favor» para poder rozar los alamares de los toreros de plata, mientras prueban al toro por los dos pitones. Desde allí se llama a los toreros por su nombre de pila, como si les conociesen desde que toreaban sin caballos y desde allí, mirar hacia atrás y saludar a un conocido en el tendido se convierte en todo un arte. Y lo más importante, todo ello regado con un octanaje similar al que se vio la noche de San Juan, en la ribera del Bernesga.

Dicen que en el toreo hay dos clases de emociones, la belleza del espectáculo y la intensa emoción frente al peligro. No sé si los abonados al callejón disfrutan más de una o de la otra, pero como un año el toro venga con muchos pies y le dé por asomar el pitón por ese deseado lugar, el sainete sin duda será memorable, porque lo habitual es que haya más gente en esos metros gloriosos que en todo un tendido, y ya les digo yo, que la velocidad y agilidad gatuna del personal, brilla por su ausencia.

No son buenos tiempos para la fiesta de los toros y todos hemos oído los rumores sobre ciertos partidos políticos que pretenden acabar con la fiesta más culta que hay en el mundo, como dijo Federico García Lorca. Y el acontecimiento que más ha educado social, e incluso políticamente al pueblo español, según razonó el profesor Enrique Tierno Galván.

Para mí Los Toros son la fiesta del pueblo, un arte popular, de ahí su gran emoción estética. La participación del público en esta Fiesta, no es un inconveniente como en otros espectáculos, sino todo lo contrario, participar se convierte en un deber y una obligación. Cuando la gente acude a una plaza de toros es para ver un toro y un torero, para valorar a un hombre que va a ejecutar un arte por el que siente admiración y en algunos momentos hasta envidia. Pero ¡ojo! si el artista defrauda y miente, el espectador se convierte en el más crítico y es cuando los aplausos, vítores y olés, se convierten en pitos, silbidos y abucheos, incluso vuelos de almohadillas… Si lo piensan bien, los toros no resultan tan diferentes a la política. Con un alcalde deseado, concejales de brega bien pagados, callejones varios, eso sí, más oscuros, empresarios, prensa y por supuesto el público, que te pone y quita del cartel.
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