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Ejercer en la sombra

21/08/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Cuando uno ostenta un cargo y –por la razón que sea– deja de hacerlo con la llegada de un relevo, no hay mayor imprudencia ni vergüenza más baja que pretender seguir ejerciendo como tal si lo que se busca es un relevo y caras nuevas. Digo ejercer en la sombra, pero también en la clandestinidad que antaño pudo dar tan buen resultado pero que hoy es censurada, pisoteando al que la casualidad, las urnas o la voluntad personal pusieron en un puesto institucional para el que posiblemente la experiencia sea menos importante que la dignidad.

Me refiero, por ejemplo, al sacerdote diocesano al que su obispo le encomienda otros ministerios y es relevado por otro presbítero como párroco de una iglesia de pueblo, pero intenta seguir ejerciendo unas tareas pastorales con unas atribuciones que ya no le corresponden, y por eso defiende su superioridad en el templo desde la sombra de la sacristía.

O al concejal de una localidad mediana, quien durante años pudo ir aumentando sus pretensiones de sheriff pero que un día es relegado y su puesto pasa a ser desempeñado por una mujer de otro partido político. Ay, qué problemas cuando perdió los privilegios y ya no podía seguir ejerciendo en la sombra del cuartelillo a la hora de poner y quitar multas… No vea usted qué problemas.

O esos yernos que dejaron de serlo por aquello de desear a la mujer del prójimo, pero pretendían seguir ejerciendo en la sombra familiar en beneficio de los negocios propios como el marido de la hija de fulanito de tal. Y hasta le podría mencionar a presidentes de asociaciones y clubes que les han echado, pero tratan por todos los medios de continuar practicando desde la sombra el poder sobre el clan; de esto último le podría contar unas cosas tremendas difíciles de creer, pero se me ha terminado el espacio.
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