28/06/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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Poco a poco, pacto a pacto, se han ido conformando los distintos gobiernos locales y autonómicos, desde el acuerdo andaluz, que por lo que costó alcanzarlo bien podría llamarse el pacto de los montes, hasta el de nuestra comunidad, del que la pobre UPL ha salido despechada, como la leonesa de la canción («ahora qué dirá la gente, solterita te has quedado»).

Pronto – no antes del descanso vacacional, claro está – comenzará la labor de gobierno en este nuevo mapa político, y por consiguiente se acabará la paz.

Se ha criticado que estos años tan reiteradamente electorales no sólo salen caros por el propio impacto presupuestario de las elecciones, 128 millones de euros nos costaron estas últimas, sino además por la propia ineficiencia que supone el inevitable parón de la acción de gobierno que se produce en los meses inmediatamente anteriores y posteriores a la jornada electoral.

A mí, sin embargo, me parecen periodos sumamente pacíficos, porque cuando los políticos no hacen nada, nada pueden estropear. Mientras se retrasan las investiduras, la inmensa maquinaria administrativa sigue su marcha, los hospitales públicos no cierran, ni los jueces dejan de dictar sentencias, ni en las escuelas públicas se suspenden las clases, ni siquiera los procedimientos administrativos se tramitan en estos periodos más lentamente de lo habitual. El engranaje permanece en funcionamiento, solo que sin políticos enredando. Por eso, cuando se va acercando el final de este lapso, uno empieza a preguntarse qué se les ocurrirá esta vez a la vuelta del verano.

Bélgica permaneció sin Gobierno más de año y medio cuando entre mediados de 2010 y finales de 2011, el partido independentista flamenco resultó ser el más votado, pero quedó tan lejos de la mayoría absoluta que fue necesario un acuerdo de hasta seis fuerzas políticas para poder formar Gobierno, lo que costó nada menos que 589 días. Casi nada.

Pero durante ese periodo, en el que el resto de los países de la Unión Europea veía empeorar sus índices socioeconómicos a un ritmo alarmante, en el país de Tintín, de Poirot y del chocolate subió el PIB per cápita, bajó el paro casi un 7%, la economía creció e incluso mejoró el salario mínimo interprofesional. Los belgas estaban tan contentos que hasta celebraron fiestas cuando se cumplieron los 500 días de Gobierno en funciones. En fin, es para pensárselo. La acción de Gobierno puede ser necesaria, y a veces hasta resulta acertada, pero al menos una cosa es cierta: los Gobiernos en funciones no pueden subir los impuestos.
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