27/05/2017
 Actualizado a 08/09/2019
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Se derriba algo cuando ya no sirve y además estorba. Le ha sucedido al PSOE. Da la impresión de que los militantes no han escogido tanto a Sánchez como han echado abajo al arruinado edificio en que se atrincheraban los de siempre. Quizás los militantes le han votado porque era la opción para edificar sin lastres. Se elegía una de las dos jarcias que atirantan el rumbo del partido desde la irrupción de los emergentes, Ciudadanos y Podemos. La primera lleva al dique seco. Porque Sánchez no ha perdido dos elecciones, como dicen sus críticos, sino que encabezó un partido que las había perdido cuando no supo defender el espacio que le arrebataron. Las comenzó a perder Zapatero en 2010, de hecho. Las perdieron quienes querían seguir igual, con la fatua Díaz y un aparato tacticista alejado de la gente, cada vez más apuntalado, ruinoso, inhabitable. Tampoco carga Sánchez con una de esas biografías que dan tanto repelús. No debe su liderazgo a barón, baronía o meritoriaje; representa una novedad limpia de polvo y paja que podría recuperar el sentido y aliarse con los partidos de izquierda para conformar una alternativa. Menos mal que nos queda Portugal.

También sucede en León, donde le cogemos el gusto a las excavadoras. Esta semana cayó una casa de las más antiguas de la ciudad, que estaba ruinosa. ¿Quién las quiere disponiendo de farándulas ‘hollywoodenses’? Mientras tanto, las comisiones se reúnen, los concejales de turno se ocupan del patrimonio –del suyo–, elaboramos planes y normas, firmamos cartas internacionales, montamos congresos de sesudos especialistas y creamos nutridas asociaciones. Levantamos construcciones administrativas, intelectuales y operativas con la finalidad que se les supone: proteger lo que debe protegerse. Y luego tiramos una casa antigua frente a la muralla sin dilación ni contemplaciones. Igual hay que plantearse derribar tanta construcción inútil, si no cumplen los objetivos que las motivaron. Si ya no sirven y, además, estorban.
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