07/07/2016
 Actualizado a 10/09/2019
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En ‘Las mil y una noches’, hay un capítulo en el que un rey apesadumbrado y aburrido pretende que se le cuente «la historia de las historias», aquella que le permitirá sobreponerse a la inacción y al tedio. Bajo amenaza del palo (de ser empalado, muerte terrible y dolorosa por demás), su mejor cuentista envía a varios esclavos a buscarla por el ancho mundo. La encuentra uno de ellos en Damasco y convence al anciano que la sabía para que se la escribiera con mil dinares de oro, (una pasta gansa), el juramento de que «nunca dirás una sola palabra de ella a cinco tipos de personas: a los ignorantes, ya que su grosero espíritu no sabría apreciarla; a los hipócritas, que se asustarían al oírla; a los maestros de escuela, incapaces y atrasados, que no la comprenderían; a los idiotas, por el mismo motivo que a los maestros de escuela y a los descreídos, que no sacarían de ellas enseñanzas provechosas».

Uno que tiene varios colegas maestros, entre ellos uno de sus amigos más queridos, los borraría de la lista y en su lugar pondría a los periodistas y a los políticos (sí, sí, llamadme demagogo, tendréis derecho a hacerlo. Pero es que son buenos, ‘buana’, y te lo dejan a huevo).

No existe en esta vida mayor pecado que la soberbia. Los otros seis son ‘amateurs’ a su lado. El soberbio se cree que es Dios y que, por lo tanto, lo sabe todo. No admite críticas, porque las tiene por superadas, y va por el mundo con unas ínfulas de perdonavidas que no es normal. Uno tiene dudas en cual de los dos oficios habitan más soberbios. Los periodistas, que llevaban mucho retraso, han conseguido en poco tiempo alcanzar a los políticos. Es bien cierto que un oficio no es entendible sin el otro. Desde que el mundo es mundo hay gente que la prepara y otra gente que lo cuenta. Una vez, en una entrevista en la televisión, a cuento del 1 de noviembre, le preguntaron a Torrente Ballester, que era don Juan Tenorio, que significaba ser un don Juan. El gallego, con mucha retranca, al final de toda su disertación, concluyó que don Juan Tenorio era un exhibicionista impúdico: «quien la hace y no la dice, es como quien la mete en el puchero». Así son, cree uno, los políticos, que necesitan, por tanto, a los periodistas como el comer.

Lo que está ocurriendo en los medios y en las redes sociales después del infausto 26-J es de traca. Los de la izquierda arremeten contra el que ganó con el cuento de que hubo tongo, que votaron hasta los muertos, que hicieron trampa, vamos. Aportar, lo que es aportar pruebas, ni una, gracias a Ala, porque si no ya me veo otra vez escribiendo en contra de unas nuevas elecciones. Pero tienen que defender su idea de país y a quien lo representa, sin darse cuenta, ¡ay ignorantes!, que la gente votó a los otros porque los suyos la cagaron, como hizo Burt Lancaster en aquella película. ¿Y los derechas?, ¿que dicen? Seguramente tonterías. Afirman que el pueblo está con los suyos, como demuestran los resultados. Hombre, afirmar que el pueblo está, al cien por cien, con los suyos es, cuando menos, atrevido. Vosotros que creéis en la democracia y algo aprendisteis de matemáticas, hacer los números: casi, casi, empate técnico. Otra vez las dos Españas...

Uno, llevado por la paranoia conspirativa, llega a la conclusión, tal vez errada, de que al fin y al cabo dicen lo que alguien, su amo, quiere que digan. No nos engañemos: el mundo, que es una porquería desde el 206 y en el 2016 también, está dirigido por los que tienen el dinerito o por lo que quieren tenerlo en su lugar. Es ahí de donde salen todas las miserias, todas las luchas, cruentas o no; y es una puta puna que sea así. Es una pena que, al final, desde Caín y Abel, los que curran sean los tontos útiles de la historia.

Pero el cuento está por contar y no debe de ser escuchado por los idiotas, por los ignorantes, por los hipócritas, por los descreídos y por los políticos y los periodistas. Si lo hacen, lo manipularán y buscarán no el final feliz, sino su final. Y así no acaba un cuento.

Salud y anarquía.
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