21/07/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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Hace unos días se me ocurrió ceder el turno en la cola del banco a una chica embarazada que llegó detrás de mí, me pidió la vez, y se fue a sentar a una silla alejada de la fila. Fue un puro y básico gesto de cortesía que, sin embargo, sentó como un tiro a varios de los que había detrás cuando llegaba mi turno y le indiqué a ella que pasara a la ventanilla delante de mí.

Sobre todo a dos tipos. Uno de ellos sería la viva imagen Ignatius Reylli, si el personaje se vistiera de verano, en vez de con esa gorra de caza para tapar las orejas.

Al otro, se le apreciaba que tenía la sensibilidad más o menos a la altura del duodeno. ‘¿El pu... cajero no funciona, cagonrrós?, fue su saludo al entrar.

No sé muy bien en qué fundamentaban sus quejas, porque fuera como fuese, yo y la chica estábamos delante de ellos, independientemente de cual de las dos fuera primera. Pero, vamos, allí quedó el pollo montado porque creían que la pobre mujer y su evidente panza premamá, se habían colado.

No ayuda mucho a la calma el hecho de que las filas de los bancos estén en el lado opuesto de las sillas, el que haya una sola ventanilla y que no gasten mucho en aire acondicionado. Por cierto, me enteré del DNI de todos los de la fila y de los problemas de hipoteca, con pelos y señales, de dos familias. Últimamente las oficinas de bancos son todo intimidad.

Al acabar las gestiones me fui a Fabero a entrevistar al maestro escultor Julio López Hernández, que está de nuevo en el pueblo dando unas clases magistrales del programa artístico Cian. Un lujazo. Me contó que la obra en la que está trabajando ahora es una escultura ‘a la madre’ para Valdepeñas. Un diseño que mostrará a una mujer encinta junto a un carro de la compra. Según me explicó, este trabajo trata de ser una dedicatoria a todas las mujeres, por el respeto que se merecen y la necesidad de reconocer que ellas son las que más trabajan. Todo un homenaje a las madres, insistía. Justo como el que había visto yo en la cola del banco un rato antes, vamos.

Ambas situaciones me sirvieron para reflexionar un poco sobre cómo somos, sobre lo más básico de la educación y la cortesía y sobre lo más alto. Sobre lo rastrero y lo sublime.

Saber que existe lo sublime, me ayuda al menos a seguir confiando en que debo pertenecer a esta especie y a seguir soñando en que ello merece la pena . Pero para soñar hay que estar dormido. Y últimamente, entre calores y mosquitos de todo tipo, no duermo muy bien. Cuando me pasa, sigo el consejo que leoí a Pedro en la terraza del bar del pueblo: tú cuenta ovejas. Y cuando te canses de contar ovejas, cuenta cabras.
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