Crotorar y filopatria

06/04/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Son hijas de la leyenda y eso es algo impagable. La fertilidad es la gran protagonista de la mayoría de nuestros ritos más ancestrales y las viejas enciclopedias dibujaban a las cigüeñas con un recién nacido en su pico.

Por eso reinaron durante décadas. Los pueblos hacían hacendera para montarles la base de un nido y lograr que una nueva pareja se quedara allí, mirando desde lo alto de un árbol, desde la torre de la iglesia o el cumbrial de la casa más alta o en las torres de los más históricos castillos. Eran las protagonistas de las conversaciones, cuando llegaban cumpliendo con el refranero –«por San Blas...»–, cuando en su nido se decía que machacaban el ajo por no pronunciar esa palabra tan rara que era crotorar, cuando inician su viaje migratorio huyendo de los cohetes y las orquestas de las fiestas con esas crías a las que ya habían enseñado a volar y a las que se decía un simple hasta luego pues todos los vecinos sabían que los polluelos vuelven al nido en el que nacieron, que ésa palabra sí les gustaba pronunciarla a aquellos que miran al cielo para ver sus vuelos: la filopatria.

Se iban a África y muchas caían presas del hambre de algunos países para hacer cazuela. Comenzaron a quedarse en Andalucía y otras muchas se acostumbraron a no viajar, a comer en los vertederos y arrozales. Se multiplicaron, tomaron las catedrales. Tan bellas para la foto como preocupantes para el párroco y el pináculo.

Pero ellas son fieles a su leyenda: crecen y se multiplican, pese a todo.
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