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Cocineros estrellados

22/05/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Si tiene tres estrellas, la cocina es tan excepcional que justifica el viaje; si son dos, la calidad en su tipo de cocina es de primera clase; y si el establecimiento luce una estrella, el restaurante es ‘muy bueno’ en su categoría. Esta calificación es más o menos la valoración de la Guía Michelin, toda una institución en el mundo gastronómico desde hace más de un siglo.

Hace poco recalé en el restaurante de un amigo de fuera de León, que no tiene estrella –ni falta que le hace– pero donde siempre se come más que bien. Aunque tiene una trayectoria amplia, en los últimos tiempos ha hecho reformas en el local por el que suele caer de vez en cuando algún famoso y cambios en la carta, metiéndose en la práctica del menú degustación.

Por eso está de moda. Y por eso nunca le faltan clientes que le dicen, como si fueran el consejo que tiene la última palabra en la guía francesa, que pronto va a tener una estrella. Ni el camarero que una vez al mes le come la oreja al jefe haciéndole creer que el comensal de traje, sentado en la cinco y con una cartera de piel «tiene pinta de inspector» porque busca el mínimo detalle.

Así que, cuando a media cena el chef va por el comedor mesa por mesa a saludar a sus amigos y clientes, no me extraña que siempre se pregunte si algún desconocido será «el tipo de la estrella», sin pensar que tal distinción a lo mejor le obliga a dejar de hacer lo que sabe hacer tan bien, a abandonar lo que le gusta a él y a su equipo, a dejar de ser él mismo, a subir a 250 euros la factura por cabeza y, al final, estrellarse.
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