Chiquilladas que rebasan los límites

La delincuencia juvenil existe, y el delito por excelencia es el hurto, aunque hay que decir que apenas representan un pequeño porcentaje del total de jóvenes

I. Herrera
04/06/2017
 Actualizado a 17/09/2019
El perfil del menor infractor o el delincuente juvenil está entre los 14 y los 16 años de edad, tanto chicos como chicas. | MAURICIO PEÑA
El perfil del menor infractor o el delincuente juvenil está entre los 14 y los 16 años de edad, tanto chicos como chicas. | MAURICIO PEÑA
Apenas son un puñado dentro de la masa joven de la ciudad. No llegan ni a representar el 1% de los menores de 18 años que están censados en León, que son unos 9.200 según la última estadística oficial. Por eso, el oficial al mando del Grupo de Menores-Paidós de la Policía Local de León deja claro que «la inmensa mayoría de los chavales no se meten en problemas, salen, hablan con sus amigos, los hay muy niños que todavía van a comprar las chuches a la calle Ancha y los hay un poco más espabilados que tratan de beberse una cerveza en no sé qué bar, pero eso ha pasado siempre y no es nada del otro mundo». Al final, resume, con los que trabajan los agentes del Paidos son 40 o 50, no más, y de esos, hay una decena que son «muy malos».

Le preguntamos al jefe del grupo, Santiago Llamazares, por los delincuentes juveniles, no los que hacen pellas o botellón, sino los que incurren en algún tipo de ilícito penal y que acaban (o pueden acabar, porque si algo trabajan en este grupo es la paciencia y las segundas oportunidades) detenidos en Comisaría o como acusados en el Juzgado de Menores. Y como dice, apenas son unos 40, casi siempre los mismos, «el típico pandillero que pega es el típico pandillero que vas a encontrar otra vez pegando». Es decir, hay reincidencia, «sobre todo entre las minorías, ya sean étnicas o nacionales, en estos casos tenemos problemas de reincidencia, son chicos que están mucho tiempo en la calle y que, al final, casi todos los días están en algún pequeño lío».

Pero bueno, hay líos y líos, porque no es lo mismo el típico hurto –que es el hecho penal per excelencia entre los menores, según apuntan–, el que se lleva una camiseta de dos o tres euros de una tienda o le quita las gafas de sol a un compañero de clase, que otros hechos que ya son más graves (y puntuales, todo sea dicho), léase una agresión con lesiones graves, la venganza del novio o novia despechado que difunde alguna fotografía con cierto contenido erótico o la sustracción de joyas a los padres para revenderlas y conseguir dinero.

Este último hecho está en aumento. «¿Qué es lo que pasa? Que cuando hay consumo de drogas, de alcohol... necesitas dinero. Entonces, cuando la propina no te llega, al principio le quitas los pendientes a mamá, luego las joyas de la abuela... Es una forma fácil de conseguir dinero, le pasan las joyas o lo que cojan por casa a un mayor de edad que es el que se encarga de venderlas en las casas de compro oro y el menor recibe el dinero menos la comisión del mayor por hacer la venta. Que no son sólo joyas, la raqueta de pádel del padre, por ejemplo, que ha sido uno de los últimos casos que nos hemos encontrado. O el niño que ha perdido tres móviles en seis meses, ¡qué casualidad! No los pierden, los venden. Lo que sucede es que, como con muchas otras cosas, no se denuncia.»

Es lo que les sucede también con el acoso escolar o la violencia en el ámbito familiar. En el primero de los casos se suele intentar resolver a nivel del centro educativo o a través de la Consejería, y en el segundo... «ahí tenemos las dos versiones, cuando el menor es la víctima, es decir, los padres o tutores le agreden, o viceversa, porque a veces es el menor el autor de la violencia, sobre todo cuando vive con abuelos».

«La violencia física es muy difícil que un menor llegue a ejercerla, que también hay casos, pero la psicológica... es mucho más habitual y la mayoría no denunciada porque es muy difícil que un abuelo denuncie a su nieto o que un padre denuncie a su hijo», explica también Llamazares.

El hurto es el hecho penal por excelencia entre los menores aunque mucha veces no trasciendeY luego se enfrentan a pequeñas cosas a nivel de drogas, delitos en los que normalmente el autor suele ser un mayor de edad y las víctimas, los menores, «los que van a comprar, sobre todo marihuana, que es lo que está de moda entre los chavales jóvenes». O los casos de peleas por celos, que aunque «ese tipo de situaciones se han dado siempre, sí que hemos notado que ahora se ha extendido más en los dos sentidos, no sólo entre chicos por las chicas, sino que a la inversa también estamos detectando». En todo caso, «salvo que haya hecho penal de por medio, como insultos, amenazas o algún tipo de agresión, la Policía no tiene capacidad de intervención.

«Cuando nos llega a nosotros es cuando ya ha habido la bronca, las coacciones, las amenazas... Eso está pasando, lo de ir a buscar a una chica a otro centro, quedamos para pegarnos, con público y a veces hasta con vídeos; y es que como no se ataje cuanto antes cada vez se lía más, porque un día es una contra una, pero al siguiente van las amigas de una y de otra, y al otro más...», relata Llamazares.

Protocolo de actuación

Ante un hecho penal con menores de por medio lo primero que han de sopesar los agentes de Paidos es si procede o no la detención del menor, «que casi nunca procede, salvo que sea un hecho gravísimo como unas lesiones muy graves, un apuñalamiento o similar». En el momento que hay un detenido tienen que llevarlo a Comisaría de Policía Nacional y poner al menor a su disposición con unas diligencias de lo ocurrido, las pruebas que puedan aportar y la identificación de implicados. Allí se toma una segunda decisión, que ya es competencia de la Policía Nacional y que pasa por determinar si el menor se queda en los calabozos hasta que pase a disposición del Fiscal de Menores o si se va a casa con sus padres o tutores hasta ese momento de prestar declaración. «Si es un delito muy grave puede ser que se ingrese al menor directamente en un centro de menores por orden de la Fiscalía, pero lo normal es que el muchacho se vaya para casa y que salga luego un juico de menores. Al respecto, según los datos facilitados desde el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL), el Juzgado de Menores de León celebró el pasado año 2016 un total de 108 juicios. Alguno de los chavales que cayó en manos del Paidos acabaría sentado en este banquillo.

La actitud de los padres

Ante cualquier tipo de incidente con un menor, lo primero es dar aviso a los padres o tutores y «yo estoy muy contento con ellos porque el 99% reacciona bien, te agradecen la llamada, te agradecen que les expliques lo que ha ocurrido, te preguntan por las consecuencias... A ver, siempre hay alguna excepción, pero casi todos los padres que pasan por aquí no vienen precisamente a defender a su hijo.

El Juzgado de Menores de León celebró el pasado año 2016 un total de 108 juiciosEs más, a veces son los padres los que son castigados por las actuaciones de sus hijos, pues son ellos quienes deben de garantizar, por ejemplo, que esté escolarizado. Y es que recuerdan un caso bastante reciente de una menor que «durante dos años estuvo engañando a sus padres con las notas, compraba los libros... y todo sin estar escolarizada en ningún centro; engañó a sus padres ¡dos años! o quizá estos no quisieron ver lo que tenían delante, porque que no tengas una tutoría en dos años...».

El perfil del delincuente juvenil

No disponen de un perfil en cuanto a hechos penales, pero sí en cuanto a infracciones administrativas (el típico botellón o las pellas a las que se aludían al comienzo del texto) y creen que no sean muy dispares, por lo que se podría decir que la mayoría son chavales, tanto chicos como chicas, de entre 14 y 16 años edad.
En definitiva, son pocos, pero reinciden y preocupan, y son carne de cañón para convertirse en los delincuentes del mañana. Desde el grupo Paidos trabajan para corregir y evitar estos hechos adaptándose a las necesidades que imponen los nuevos tiempos, como las redes sociales, una gran fuente de información en la que no tienen más remedio que moverse como peces en el agua.
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