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Cerezas del Bierzo

26/06/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Siempre he tenido al Bierzo por otra provincia distinta de la de León, la que existió realmente entre los años 1822 y 1833 y cuya capital era Villafranca, la de las verdes colinas y las cerezas (Ponferrada, que lo es hoy oficiosamente, no le llega a la suela de las sandalias a la historiada villa del Burbia, con sus jardines, su Colegiata, su castillo romántico y musical, su aura antigua y poéica…). Desde que desapareció la provincia del Bierzo (del Vierzo, como les gusta llamarla a algunos, como Valentín Carrera, que dedicó a su soñada provincia un libro de viaje que es un poema de amor), somos muchos, bercianos y no, los que no dejamos de reivindicarla ¡Cuánto mejor no les iría a León y al Bierzo si volvieran a ser independientes la una del otro y no estuvieran, como ahora, condenados a la decadencia unidos!

La nostalgia del Bierzo regresa a mi cada año por estas fechas cuando llegan a los mercados las cerezas de Corullón, de Rimor, de Cacabelos, de Pieros, de Carracedelo… Rojas cerezas con hojas verdes aún colgando de ellas que me devuelven a la juventud, a aquella época en la que con esos frutos hacíamos pendientes a las chicas que nos gustaban pero no nos atrevíamos a decírselo. Las cerezas del Bierzo eran nuestra declaración de amor.

Recuerdo la primera vez que viajé al Bierzo, ya con los 20 años cumplidos (otra prueba más de la distancia que había y aún hay entre León y el valle del Sil), para asistir a la Fiesta de la Poesía de Villafranca, que se celebra en el mes de junio. Seleccionado entre los finalistas del Premio de Poesía e invitado en virtud de ello, junto a los otros, a leer mi poema la noche anterior a la entrega, que presidió el ínclito Fraga Iribarne, ministro de la Gobernación a la sazón, con tirantes con la bandera de España (hablo de 1976), acudí con un familiar y un amigo y descubrí un mundo frutal y paradisíaco. Porque el Bierzo es para mi –lo ha sido toda la vida– una mezcla de paraíso y de poesía, la conjunción entre los relatos de los Enrique Gil y Carrasco, de Carnicer, de Pereira, de Mestre, de tantos poetas y escritores que han hecho del Bierzo su inspiración y la ensoñación onírica de sus colinas llenas de viñas y de cerezos en flor o rojos de fruta, dependiendo de la estación del año. A mi me gusta visitarlo en todas ellas y lo hago siempre que puedo gracias a la hospitalidad de Yuma y de Teje, que en el valle de Espinareda encontraron su lugar en el mundo, pero en ninguna me gusta tanto como cuando las cerezas saltan de los frutales en los que han madurado y crecido todo este tiempo de atrás hasta los bordes de las carreteras, donde las venden sus recolectores. Esas cerezas son para mi la imagen de una comarca que fue provincia y región y que debería volver a serlo si en España hubiera sentido común. Da igual: para mi lo es y como tal la pensaré siempre.
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